"Ventana abierta"
El recuerdo de la madre siempre es tranquilizador, pero cuando esta Madre es María, la paz inunda nuestra alma, la sonrisa aflora a nuestros labios, la alegría penetra a nuestra vida. Piensa, pues, con frecuencia en María, tenla presente en todos los momentos de tu vida, invócala sobre todo en los tramos más difíciles y comprometidos.
SI VAS CON ELLA, NO PERDERÁS EL RUMBO
LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA
Entre los cristianos es frecuente representar a la Virgen con las manos juntas en la actitud de una oración, como para enseñarnos que debemos elevar nuestros ojos hacia arriba, hacia el cielo, hacia Dios.
María Inmaculada, con las manos juntas hacia arriba, elevados sus ojos hacia las alturas, arropada con el manto azul, símbolo de su ideal, puede expresarnos cuál debe ser nuestra meta.
¡Qué necesario es responder a la invitación litúrgica que nos dice "Levantemos el corazón" ! No puede el cristiano vivir arrastrándose a ras de tierra, debe elevarse hacia las alturas y lanzarse hacia Dios sin olvidarse de su misión en el mundo.
MARÍA ES EL PUENTE DE ENLACE DEL CIELO CON LA TIERRA, MARÍA AYÚDANOS CON TU PRESENCIA PARA QUE EL EVANGELIO NO SE DESENCARNE, NI SE DESFIGURE. (Documento de Puebla 301).
Ave María...
Gloria...
Textos tomados del Libro "Los cinco minutos de María" del Padre Alfonso Milagro.
La Purificación de nuestra Señora
La ley se expresaba así: “Habló Dios a Moisés y le dijo: Conságrame todo primogénito. Todos los primogénitos de entre los hijos de Israel, tanto de los hombres cono de los animales, míos son” (Ex. 13,1-2).
En los tiempos primeros estos primogénitos fueron destinados al culto de Dios. Pero cuando fue confiado este culto en exclusiva a la tribu de Leví, decidió la ley que esta exención fuera compensada mediante el pago de cinco siclos, que se destinaba a engrosar el tesoro del templo.
Hay que advertir que no era necesario llevar a Jerusalén al infante. Bastaba con que el padre pagase el impuesto al sacerdote de turno, no antes de los treinta y un días después del nacimiento, para cumplir religiosamente con lo estatuido en la ley, Según otras disposiciones legales (Lev. 12,1-8), cuarenta u ochenta días después del alumbramiento, según se tratase de un hijo o de una hija, las madres hebreas habían de presentarse en el templo para purificarse de la impureza legal que habían contraído.
También hay que hacer constar que no siempre la madre estaba obligada a presentarse en persona. Podía ser reemplazada por alguna otra persona que ofrecía el sacrificio en su nombre, si existía alguna causa que justificase su ausencia.
Huelga decir que ni Jesús ni María estaban obligados, a estos preceptos legales. Jesús estaba infinitamente por encima de toda la ley y la Virgen Santísima, al haber dado a luz virginalmente, al margen, por lo tanto, de las condiciones naturales previstas por el legislador, no tenía necesidad de purificarse de nada.
La humildad, la obediencia, el propio respeto más exquisito a las instituciones legales del pueblo de Dios y el cariño más fino a la vida ordinaria sin excepción y excepciones, hicieron posible que la Sagrada Familia se trasladara a Jerusalén para cumplir con estas prescripciones rituales.
En un mismo día se podía llegar a Jerusalén, asistir a las ceremonias legales y regresar por la tarde, con tiempo sobrado, a Belén.
Muy posiblemente que esto sería lo que hiciera la Sagrada Familia
La purificación de las madres tenía lugar por la mañana.
Entraría María por el atrio llamado de las mujeres, se colocaría en la grada más alta y allí sería rociada con el agua lustral por el sacerdote de turno, que a la vez recitaría sobre ella unas preces.
Aunque la parte más importante del rito consistía en la oblación de dos sacrificios. Uno que se denominaba “sacrificio por el pecado”, cuya materia siempre era una tórtola o un pichón, y otro “sacrificio de holocausto”, cuya víctima exigida era, para los ricos, un cordero de un año, y para los pobres un pichón o una tórtola.
Lo dice San Lucas (2,24), y, además, históricamente nos lo imaginamos nosotros, que San José compraría un par de palomas o tórtolas al administrador del templo o a alguno de aquellos mercaderes aprovechados cuyas jaulas serían volteadas un día por Cristo.
Los pobres siempre están lo que se dice de enhorabuena en la vida de Cristo.
El sacerdote cortó el cuello del ave y sin separarlo del cuerpo derramó la sangre al pie del altar.
La paloma que sirvió para el holocausto fue quemada sobre las ascuas del altar de bronce.
Las ceremonias del rescate consistían tan sólo en el pago de los cinco siclos legales.
Y ahora comienza una misa. Es el ofertorio. Terminará esta misa en el monte Calvario, cuando pasen treinta y tres años.
El primer sacrificio digno de Dios se está ofreciendo en estos instantes en el templo sagrado de Jerusalén. El velo de muchas profecías se escinde en estos precisos momentos. El templo – aquel templo de entonces – aventaja en mucho a aquel templo primero que no pudo ser marco de la vida ritual del esperado Mesías.
Cristo se ofrece al Padre. Y se ofrece así: “Entonces yo dije: Heme aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad. Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado, no los quieres, no los aceptas…” (Heb. 1o,7s.).
María, en nombre de toda la humanidad, se ofrece también. Es éste uno de los momentos más solemnes de la vida de la Santísima Virgen.
Fiesta de la Candelaria o Presentación del Señor
La festividad del 2 de febrero recuerda dos hechos que refiere
el evangelista san Lucas: La purificación de la Santísima Virgen y la
presentación del Niño Jesús en el templo.
De acuerdo con la ley mosaica (Levítico), la mujer que daba a
luz quedaba legalmente impura por un período de cuarenta días (si su vástago
era varón) o de ochenta (si era hembra). Durante todo este tiempo la madre
debía permanecer en retiro, sin poder participar en las funciones sagradas
públicas.
Al cabo del plazo correspondiente, debía acudir al templo para
presentar, en el atrio de las mujeres, su ofrenda ante el sacerdote, el cual
debía inmolarla a Dios como holocausto de adoración y de expiación a favor de
la oferente. Ésta recibía entonces una declaración de que había quedado
legalmente pura y podía reintegrarse a la vida de la comunidad.
Además, si el hijo era varón y primogénito debía ser consagrado
a Dios como primicia que era, siendo rescatado mediante el pago de cinco
siclos. Este rescate era una formalidad simbólica, pues había pasado ya el
tiempo en el que los primogénitos varones eran destinados al servicio
religioso, al haberse designado a la tribu de Leví como la casta sacerdotal del
pueblo escogido.
María se sometió a las disposiciones de la religión
veterotestamentaria porque era una piadosa israelita, que guardaba la palabra
de Dios y la ponía en práctica, que la conocía muy bien y la meditaba en su
corazón, como lo demuestra el precioso canto del Magníficat, que entonó al
recibir el saludo de su prima Isabel y que rezuma una fuerte inspiración
bíblica (lo que demuestra su gran familiaridad con la Escritura).
Evidentemente, no necesitaba purificarse, siendo la Purísima por excelencia,
sin mancha ni fómite de pecado, y habiendo engendrado y dado a luz al Hijo de
Dios, que salió de su castísimo seno como la luz por cristal diáfano, sin
quiebra ni menoscabo. Pero dos consideraciones nos permiten comprender por qué,
sin embargo, la Santísima Virgen, no se eximió de una ley que no la afectaba.
La primera es su profunda y sincera humildad, que no necesitaba
reivindicar ningún privilegio porque sabía que todo lo había recibido
graciosamente de su Creador.
La segunda es que convenía que todo el negocio de la Encarnación
quedara oculto a Satanás.
Sin embargo, he aquí que dos píos ancianos, atentos a las
profecías, son los que se percatan de que el Niño que vienen a presentar al
templo aprovechando la purificación de la Madre, es el Hijo de las promesas, el
que ha de traer la salvación a Israel y, por ella, a todas las gentes. Simeón y
Ana son los primeros a quienes se ofrece la luz de la fe en Jesús y la aceptan.
Ana, la profetisa, es, además, la primera misionera, pues, después de ver al
Niño y alabar a Dios “hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de
Jerusalén”
La festividad de la Purificación de Nuestra Señora y de la
Presentación del Niño en el Templo fue fijada por la Iglesia el 2 de febrero
inspirándose en los cuarenta días prescritos por la ley de Moisés para declarar
la pureza legal de una parturienta (desde el 25 de diciembre hasta el 2 de
febrero corren, en efecto, cuarenta días). Es el broche de oro que cierra el
ciclo de Navidad y marca para muchos el tiempo de retirar los adornos
natalicios. También en este día cambia la antífona mayor de la Virgen que se
canta en completas: el Alma Redemptoris Mater es substituida por el Ave Regina
coelorum, que exalta el poder de María, que le viene de su divina Maternidad.
Antaño era costumbre entre las familias católicas el que las
madres recién paridas se mantuvieran retiradas también durante cuarenta días
después del parto a contemplación e imitación de la Santísima Virgen. Es por
ello por lo que no solían asistir al bautizo de sus hijos y acudían de manera
discreta a la iglesia para cumplir con el precepto dominical o se eximían de
éste si estaban débiles por los trabajos puerperales. Al cabo del plazo
cuadragenario hacían pública comparecencia en la iglesia con comitiva y cierto
aparato festivo en lo que se llamaba la “salida de parida”. Allí recibían una
bendición especial: Benedictio mulieris post partum (que trae el Rituale
Romanum), teniendo una candela encendida en la mano.
Laudablemente, la madre ofrecía el estipendio de la misa a la
que asistía, como reminiscencia de la ofrenda de las mujeres israelitas para
obtener su pureza legal. Concomitantemente, después del santo sacrificio, el
neonato, ya bautizado, era presentado y consagrado a la Virgen ante la imagen o
en la capilla de la advocación a la que la familia era devota, si antes no lo
había sido inmediatamente después del bautizo.
Sería conveniente que volviera a retomarse esta bellísima usanza, desgraciadamente olvidada por los imperativos de la vida moderna. Pero nada impide que, sin necesidad de que se observe exactamente el término de cuarenta días, las madres cristianas señalen el fin de su baja por maternidad mediante una “salida de parida” y encarguen una misa de acción de gracias.
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