"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA DÉCIMA NOVENA
SEMANA DEL T.O. (1)
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre
los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.
La liturgia continúa presentándonos el discurso
eclesial de Jesús, llamado así porque en el mismo Jesús aborda las relaciones
entre sus discípulos, es decir, la conducta que deben observar sus seguidores
entre sí. El pasaje que contemplamos hoy (Mt 18,15-20), trata el tema de la
corrección fraterna: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si
te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a
otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres
testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”. Cabe
señalar que en este pasaje es cuando por primera vez Jesús utiliza la palabra
“hermano” para designar la relación entre la comunidad de discípulos de Jesús,
en el Evangelio Según san Mateo.
La conducta que Jesús propone a sus discípulos
en este pasaje no es distinta de la mentalidad y costumbres judías. Se trata de
los modos de corrección fraterna contemplados en la Ley. Así, por ejemplo, la
reprensión en privado como primer paso está contemplada en Lv 19,17, y la
reprensión en presencia de dos o tres testigos en Dt 19,15.
Lo que sí es nuevo es el poder de perdonar los
pecados que Jesús confiere a sus discípulos, que va más allá de la mera
corrección fraterna: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará
atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el
cielo”. Este “atar” y “desatar” tiene que ser leído en contexto con los
versículos anteriores, que va unido a la corrección fraterna y al poder de la
comunidad, es decir, la Iglesia, para expulsar y recibir de vuelta a un
miembro. Y ese poder lo ejerce la Iglesia a través de sus legítimos
representantes. De ahí que Jesús confiriera ese poder de manera especial a
Pedro (Mt 16,19).
El principio detrás de todo esto es que el
pecado, la ofensa de un hermano contra otro, destruye la armonía que tiene que
existir entre los miembros de la comunidad eclesial; armonía que es la que le
da sentido, pues es un reflejo del amor que le da cohesión, que le da su
identidad: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35). El amor y el pecado son
como la luz y las tinieblas, no pueden coexistir. Por eso el pecado no tiene
cabida en la comunidad. El perdón mutuo devuelve el balance que se había
perdido por el pecado. La clave está en el Amor.
Por eso san Pablo nos dice: “A nadie le debáis
nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de
la ley. De hecho, [todos los] mandamientos… se resumen en esta frase: ‘Amarás a
tu prójimo como a tí mismo’. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso
amar es cumplir la ley entera” (Rm 13,8-10).
), trata el tema de la corrección fraterna: “Si
tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado
a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el
asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso,
díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un gentil o un publicano”. Cabe señalar que en este pasaje es
cuando por primera vez Jesús utiliza la palabra “hermano” para designar la
relación entre la comunidad de discípulos de Jesús, en el Evangelio Según san
Mateo.
La conducta que Jesús propone a sus discípulos
en este pasaje no es distinta de la mentalidad y costumbres judías. Se trata de
los modos de corrección fraterna contemplados en la Ley. Así, por ejemplo, la
reprensión en privado como primer paso está contemplada en Lv 19,17, y la
reprensión en presencia de dos o tres testigos en Dt 19,15.
Lo que sí es nuevo es el poder de perdonar los
pecados que Jesús confiere a sus discípulos, que va más allá de la mera
corrección fraterna: “Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará
atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el
cielo”. Este “atar” y “desatar” tiene que ser leído en contexto con los
versículos anteriores, que va unido a la corrección fraterna y al poder de la
comunidad, es decir, la Iglesia, para expulsar y recibir de vuelta a un
miembro. Y ese poder lo ejerce la Iglesia a través de sus legítimos
representantes. De ahí que Jesús confiriera ese poder de manera especial a
Pedro (Mt 16,19).
El principio detrás de todo esto es que el
pecado, la ofensa de un hermano contra otro, destruye la armonía que tiene que
existir entre los miembros de la comunidad eclesial; armonía que es la que le
da sentido, pues es un reflejo del amor que le da cohesión, que le da su
identidad: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35). El amor y el pecado son
como la luz y las tinieblas, no pueden coexistir. Por eso el pecado no tiene
cabida en la comunidad. El perdón mutuo devuelve el balance que se había
perdido por el pecado. La clave está en el Amor.
Por eso san Pablo nos dice: “A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, todos los mandamientos… se resumen en esta frase: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera” (Rm 13,8-10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario