"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
«Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré».
La primera lectura
que nos brinda la liturgia para hoy está tomada del libro de Jonás (3,1-10), y
para comprenderla tenemos que ponerla en contexto. Afortunadamente el libro de
Jonás es corto (apenas dos páginas). Nos narra la historia de este profeta que
es más conocido por la historia del pez que se lo tragó, lo tuvo tres días en
el vientre, y luego lo vomitó en la tierra (!!!!), que por la enseñanza que
encierra su libro.
Lo cierto es que Yahvé envió a Jonás a profetizar a Nínive: “Parte ahora
mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha
llegado hasta mí” (1,2). Jonás se sintió sobrecogido por la magnitud de la
encomienda, pues Nínive era una ciudad enorme para su época, de unos ciento
veinte mil habitantes (4,11), que se requerían tres días para cruzarla (3,3).
Decidió entonces “huir” de Yahvé y esconderse en Tarsis. Precisamente yendo de
viaje a Tarsis en una embarcación es que se suscita el incidente en que lo
lanzan por la borda y Yahvé ordena al pez que se lo trague.
Jonás había desatendido la vocación (el “llamado”) de Yahvé. Pero Yahvé lo
había escogido para esa misión y, luego de su experiencia dentro del vientre
del pez, en donde Jonás experimentó una conversión (2,1-10), lo llama por
segunda vez: “Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el
mensaje que yo te indicaré”.
Jonás emprendió su misión, pero esta vez consciente de que era un enviado
de Dios, anunciando Su mensaje: “Dentro de cuarenta días, Nínive será
destruida”. Tan convencido estaba Jonás de que su mensaje provenía del mismo
Yahvé, que los Ninivitas lo recibieron como tal, se arrepintieron de sus
pecados, e hicieron ayuno y se vistieron de saco (hicieron penitencia). Esta
actitud sincera hizo que Yahvé, con esta visión antropomórfica (atribuirle
características humanas) de Dios que vemos en el Antiguo Testamento: “se
arrepintiera” de las amenazas que les había hecho y no las cumpliera.
Dos enseñanzas cabe destacar en esta lectura. Primero: ¿cuántas veces
pretendemos ignorar el llamado de Dios porque nos sentimos incapaces o
impotentes ante la magnitud de la misión que Él nos encomienda?
Recordemos que Dios no escoge a los capacitados para encomendarles una misión;
Dios capacita a los que escoge, como lo hizo con Jonás, y con Jeremías, y
Samuel, y Moisés, etc. Si el Señor nos llama, nos va a capacitar y, mejor aún,
nos va acompañar en la misión.
Segundo: Vemos cómo el Pueblo de Nínive se arrepintió, ayunó e hizo
penitencia, logrando el perdón de Dios. No fue que Dios se “arrepintiera” pues
Dios es perfecto y, por tanto no puede arrepentirse. De nuevo, estamos ante la
pedagogía divina del Antiguo Testamento, con rasgos imperfectos que lograrán su
perfección en la persona de Jesús. El tiempo de Cuaresma nos invita a la
conversión y arrepentimiento, que nos llevan a ofrecer sacrificios agradables a
Dios, representados por las prácticas penitenciales del ayuno, la oración y la
limosna.
No hagamos como los de la generación de Jesús, que serían condenados por
los de Nínive, quienes se convirtieron por la predicación de Jonás mientras que
los ellos no le hicieron caso a la predicación del Hijo de Dios (Evangelio de
hoy – Lc 11, 29-32).
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