"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN
PARA EL SÁBADO DE LA DÉCIMO TERCERA SEMANA DEL T.O. (2)
“No seáis nunca hombres o mujeres
tristes: un cristiano jamás puede serlo”.
El evangelio que nos brinda la liturgia de hoy
(Mt 9,14-17), contiene el primer anuncio de la pasión de parte de Jesús en el
evangelio según san Mateo: “Llegará un día en que se lleven al novio, y
entonces ayunarán” (9,15). Es la primera vez que Jesús hace alusión su muerte,
pero sus discípulos no lo captan.
Este anuncio se da en el contexto de la
respuesta de Jesús a la crítica que se le hace porque sus discípulos no
ayunaban. Siempre se les veía contentos, en ánimo de fiesta. Esa conducta
resultaba escandalosa para los discípulos de Juan y de los fariseos, a quienes
sus maestros les imponían un régimen estricto de penitencia y austeridad.
La respuesta de Jesús comienza ubicando a sus
discípulos en un ambiente de fiesta: una boda, y se compara a sí mismo con el
novio, y a sus discípulos con los amigos del novio. El discípulo de Jesús, el
verdadero cristiano, es una persona alegre, porque se sabe amado por Jesús. Por
eso, aun cuando ayuna lo hace con alegría, porque sabe que con su ayuno está
agradando al Padre y a su Amado. Ya anteriormente había dicho a sus discípulos:
“Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu
ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo
secreto” (Mt 6,17-18).
Sobre este particular, el papa Francisco nos ha
dicho: “No seáis nunca hombres o mujeres tristes: un cristiano jamás puede
serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que
nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de
saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles”.
Es lo que quiere decirnos Jesús en este pasaje,
para recalcar la novedad de su mensaje, que ya había resumido en el sermón de
la montaña. La Ley antigua quedaba superada, mejorada, perfeccionada (5,17).
Por tanto, había que romper con los esquemas de antaño para dar paso a la ley
del Amor. Se trata de una nueva forma de vivir la Ley, un cambio radical de
aquel ritualismo de los fariseos; un nuevo paradigma. Es el despojarse del
hombre viejo para revestirse del hombre nuevo del que nos habla san Pablo (Ef
4,22-24).
No se trata de “echar remiendos” a la Ley; se
trata de una nueva manera de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con
nuestro prójimo.
Jesús está consciente que su mensaje representa
un realidad nueva, totalmente incompatible con las conductas de antaño. Por eso
añade que no “se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres;
se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres
nuevos, y así las dos cosas se conservan”. Esto significa que tenemos que dejar
atrás las viejas actitudes que nos impiden escuchar su Palabra y ponerla en
práctica.
Este simbolismo del “vino nuevo” lo vemos
también en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), cuando Jesús, con su poder, nos
brinda el mejor vino que jamás hayamos probado; ese vino nuevo que simboliza la
novedad de su mensaje.
Hoy, pidamos al Padre que nos ayude a
despojarnos de los “odres viejos”, y que nos dé “odres nuevos” para recibir y
retener el “vino nuevo” que su Palabra nos brinda.
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