"Ventana abierta"
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla por la Jornada Pro Orantibus
‘Un torrente de energía sobrenatural para la Iglesia’
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo la solemnidad de la
Santísima Trinidad. En ella confesamos nuestra fe en la Trinidad santa,
adoramos su unidad todopoderosa y damos gloria a Dios uno y trino porque nos
permite entrar en la intimidad y riqueza de la vida trinitaria. En este
domingo, contemplamos este misterio inefable y la Iglesia entera se hace
confesión de la gloria de Dios, adoración y acción de gracias a la Santísima
Trinidad, que nos abre sus puertas, nos introduce en su intimidad y hace que
participemos de la vida divina.
Para que no olvidemos que la gloria de Dios Trinidad es
nuestra vocación más profunda, viviendo como hijos del Padre, hermanos del Hijo
y ungidos por el Espíritu, en esta solemnidad la Iglesia celebra todos los años
la jornada “Pro orantibus”,
día especialmente dedicado a los monjes y monjas contemplativos. En esta
jornada, la Iglesia y cada uno de nosotros les devolvemos con nuestra oración y
nuestro afecto lo mucho que debemos a estos hermanos y hermanas, que hacen de
su vida una donación de amor, una ofrenda a la Santísima Trinidad y una
plegaria constante por la Iglesia y por todos nosotros.
La vida contemplativa pertenece a la entraña más
profunda del cristianismo y tiene en su carta magna, su carta programática, su
más radical justificación en el Evangelio, en el que leemos: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los
pobres y sígueme” (Mt 19,21) El padre de la vida contemplativa
en Occidente fue san Benito en la primera mitad del siglo VI, que en Subiaco,
no lejos de Roma, construye un monasterio, dando vida a una comunidad fraterna
fundada en la primacía del amor de Cristo, en la que la oración y el trabajo se
alternan armoniosamente en alabanza a Dios.
Los historiadores civiles han destacado la contribución
destacada de san Benito y los benedictinos a la conformación de la cultura
europea, al avance de la agricultura, de las ciencias y de las artes a través
de sus monasterios. Lo decisivo, sin embargo, en la vida de san Benito es la
búsqueda de Dios: “Quaerere Deum”. Desde
esta perspectiva, se entiende muy bien la expresión que sintetiza el programa
de vida de sus monjes: «¡Nihil amori Christi
praeponere!», «No anteponer nada al amor de Cristo» (Regla,
IV, 21), que es más importante que la propia familia, los proyectos de futuro,
la carrera, el dinero, la fama o la gloria.
A partir de la regla benedictina, en la Edad Media,
surgen numerosas familias religiosas contemplativas, dedicadas a la oración y a
la contemplación. Nuestra Archidiócesis tiene el privilegio de contar con
treinta y cuatro monasterios, todos ellos femeninos. Son un tesoro que nunca
deberían desaparecer y que todos deberíamos estimar y no sólo por los valores
artísticos que atesoran. A veces aparecen visiones prevalentemente económicas a
la hora de adivinar el futuro de nuestros monasterios. Se habla con frecuencia
de “poner en valor”
sus edificios, apuntando casi siempre a los réditos económicos para el turismo,
que nunca pueden constituir un objetivo inmediato o preferente, sino más bien
una secuela.
Si suprimiéramos de los monasterios el dinamismo de la
vida contemplativa, los convertiríamos en un mero museo, en unos monumentos
cuya belleza ha perdido el brillo y la identidad que les es propia: dar gloria
a Dios, a través de la oración constante de la comunidad, de la Eucaristía
diaria dignísimamente celebrada, el canto solemne y bello de la Liturgia de las
Horas y de la mera existencia de las monjas, que nos recuerda que sólo Dios es
Dios, que sólo Dios basta; y que nos muestran los valores perennes, como el
silencio, el amor a la soledad, la fraternidad, la mortificación, la gratuidad,
la donación, la hospitalidad, el servicio a los pobres y la alegría, que son
los valores auténticos que dan consistencia a nuestra vida.
Pero hay otro aspecto que no quisiera soslayar:
nuestros monasterios son un torrente de energía sobrenatural para la Iglesia y
para el mundo. Santa Teresa de Lisieux, carmelita, doctora de la Iglesia, una
de las figuras más grandes de toda su historia, fallecida en 1897 a la edad de
24 años, nos dejó escrito que los contemplativos son el “corazón de la Iglesia”, pues por ella viven, oran, se
sacrifican y se inmolan, siendo para el mundo un manantial precioso de energía
y de fecundidad sobrenatural, realidad ésta invisible e intangible, pero
ciertamente la más importante para quienes creemos en la Comunión de los
Santos. Los monjes y monjas no son inútiles ni extraños, pues, a la ciudad
secular, ya que contribuyen de un modo ciertamente misterioso, a la construcción
de un mundo más justo, fraterno, humano, y cristiano, tal y como Dios lo soñó.
Al mismo tiempo que felicito a nuestras monjas
contemplativas y les aseguro nuestra oración y nuestro afecto, para todos mi
saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
No hay comentarios:
Publicar un comentario