"Ventana abierta"
‘Iniciamos el camino
de Cuaresma’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
Con la imposición de la ceniza
comenzaremos el próximo miércoles el tiempo de Cuaresma. En ella nos preparamos
a celebrar el Misterio Pascual. Su duración de cuarenta días evoca el periodo
que pasó Jesús en el Monte de la Cuarentena, orando y ayunando, antes de
emprender su misión salvadora.
Como Jesús, también nosotros
emprendemos un camino de ascesis, interioridad y oración para dirigirnos
espiritualmente al Calvario, meditando y reviviendo los misterios centrales de
nuestra fe. De este modo, celebrando el misterio de la Cruz, nos prepararemos
para gozar de la alegría de la Resurrección.
El próximo miércoles
participaremos en un rito lleno de simbolismo, la imposición de la ceniza, que
contiene una llamada apremiante a reconocernos pecadores, a rasgar nuestros
corazones, como nos pedirá el profeta Joel, a convertirnos y a volver al Señor.
Se nos invitará a convertirnos y
a creer en el Evangelio, a adherirnos de forma radical e
irrevocable al Señor y a buscar en la Palabra de Dios el alimento de nuestra fe
y de nuestra vida cristiana en este tiempo santo.
Éste es el único programa
posible en nuestra Cuaresma: escuchar la Palabra de la verdad que salva, vivir
en la verdad, decir y hacer la verdad, rechazar la mentira que es siempre el
pecado. Es necesario, por tanto, volver a escuchar en estos cuarenta días el
Evangelio, la Palabra de la verdad, para vivirla y ser sus testigos. La
Cuaresma nos invita a dejar que la Palabra de Jesús y su Evangelio penetren en
nosotros, para de este modo, conocer la verdad más auténtica de nuestra vida:
quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, cuál es el supremo valor por el
que nos levantamos cada mañana, luchamos y sufrimos, cuál es el camino que
debemos tomar en la vida para no malbaratarla ni perderla.
El tiempo santo de Cuaresma y
la severidad de la liturgia de este tiempo nos ofrecen un programa ascético que
debe llevarnos a la conversión del corazón, a través de la oración más
dilatada, constante y sosegada; a través del silencio y el desierto, que nos
ayudan a entrar dentro de nosotros mismos para reconocer nuestro pecado y para
abrir el corazón al amor misericordioso de Dios; a través del ayuno y la mortificación
voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo; y a través de la limosna discreta
y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto.
Llamo vuestra atención sobre
el valor cristiano del ayuno, que en nuestros días en muchos ambientes cristianos
casi ha desaparecido. Al mismo tiempo, ha ido acreditándose como una medida
terapéutica, conveniente para el cuidado del propio cuerpo y como fuente de
salud. La Cuaresma, sin negar estas virtualidades, nos depara la oportunidad de
recuperar el auténtico significado de esta antigua práctica penitencial, que
nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo, a romper con los apegos que nos separan
de Dios, a controlar nuestros apetitos desordenados y a ser más receptivos a la
gracia de Dios. El ayuno contribuye a afianzar nuestra conversión al Señor y a
nuestros hermanos.
Efectivamente, la práctica
voluntaria del ayuno nos permite caer en la cuenta de la situación en que viven
muchos hermanos nuestros, casi un tercio de la humanidad, que se ven forzados a
ayunar como consecuencia de la injusta distribución de los bienes de la tierra
y de la insolidaridad de los países ricos. Desde la experiencia ascética del
ayuno, y por amor a Dios, hemos de inclinarnos como el Buen Samaritano sobre
los hermanos que padecen hambre, para compartir con ellos nuestros bienes. Y no
sólo aquellos que nos sobran, sino también aquellos que estimamos necesarios.
Con ello demostraremos que nuestros hermanos necesitados no nos son extraños,
sino alguien de nuestra familia, alguien que nos pertenece.
En la antigüedad cristiana se
daba a los pobres el fruto del ayuno. En estos momentos no faltan voces que nos
advierten que la crisis económica ya está superada. Sin embargo, los pobres
siguen estando ahí, en nuestros barrios y en nuestros pueblos. Hemos, pues, de
redescubrir y promover esta práctica penitencial de la primitiva Iglesia. Por
ello, os pido a todos que, junto a las prácticas cuaresmales tradicionales, la
oración, la escucha de la palabra de Dios, y la mortificación, intensifiquéis el
ayuno personal y comunitario, destinando a los pobres, a través de nuestras
Caritas y Manos Unidas, aquellas cantidades que gracias al ayuno podamos
entregar.
Quiera Dios que aprovechemos
de verdad este tiempo de gracia y salvación. Que no echemos en saco roto la
gracia que el Señor quiere derramar sobre nosotros con las prácticas
cuaresmales. Que nos dejemos reconciliar con Dios, como nos pide san Pablo. Que
la Santísima Virgen nos sostenga en el empeño de liberar nuestro corazón de la
esclavitud del pecado, nos aliente en nuestra conversión al Señor y a nuestros
hermanos y nos conceda una Cuaresma fructuosa y santa.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo
Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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