"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
ESCUCHAR A LA PALABRA ES DAR EL CIENTO POR UNO
1 Y otra vez se puso a
enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él que hubo de subir
a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la
orilla del mar.
2 Les enseñaba muchas
cosas por medio de parábolas. Les decía en su instrucción:
3 « Escuchad. Una vez salió
un sembrador a sembrar.
4 Y sucedió que, al
sembrar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la
comieron.
5 Otra parte cayó en
terreno pedregoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida por no tener
hondura de tierra;
6 pero cuando salió el sol se agostó
y, por no tener raíz, se secó.
7 Otra parte cayó
entre abrojos; crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto.
8 Otras partes cayeron
en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron
treinta, otras sesenta, otras ciento.»
9 Y decía: «Quien
tenga oídos para oír, que oiga.»
10 Cuando quedó a
solas, los que le seguían a una con los Doce le preguntaban sobre las
parábolas.
11 El les dijo: «A
vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera
todo se les presenta en parábolas,
12 para que por mucho que miren
no vean, por mucho que oigan no entiendan, no sea que se conviertan y se les
perdone.»
13 Y les dice: «¿No
entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderéis todas las parábolas?
14 El sembrador
siembra la Palabra.
15 Los que están a lo
largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la
oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos.
16 De igual modo, los
sembrados en terreno pedregoso son los que, al oír la Palabra, al punto la
reciben con alegría,
17 pero no tienen raíz en sí
mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o
persecución por causa de la Palabra, sucumben en seguida.
18 Y otros son los
sembrados entre los abrojos; son los que han oído la Palabra,
19 pero las preocupaciones del
mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y
ahogan la Palabra, y queda sin fruto.
20 Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, unos treinta, otros sesenta, otros ciento.» (Mc. 4, 1-20)
La escucha de la Palabra tiene muchos
modos. Lo primero, porque no es lo mismo oír que escuchar. Oír, se oyen
muchas cosas, hay muchas voces a nuestro alrededor y a la mayoría no
les prestamos atención porque no pasan de ser unos sonidos, estímulos para
nuestros oídos, pero no pasan de ser eso. Pero en la escucha, uno
compromete todo su ser, no solo “abre la oreja”, sino que
oye con el corazón y con toda su persona porque le va mucho el
entender a la Palabra. Es decir, que también la inteligencia se
pone al acecho ante la Palabra de Dios. Cuando Jesús les
dice a las gentes: “escuchad”, está pidiendo mucho, está
pidiendo todo lo que tiene el hombre y lo que es.
Esta “parábola del sembrador” es
toda una joya de Evangelio que Jesús nos da gratuitamente. Pero
por ser gratis, con la gratuidad de Dios, es más profunda de lo que
aparece en el lenguaje de Jesús. Él se expresa con lenguaje
de hombres, pero también es la Palabra,
el Hijo de Dios, y por tanto lleva en sí ecos divinos,
acentos del cielo: “Salió un sembrado a sembrar”.
El Sembrador es el mismo Dios que lleva en “su
zurrón” la semilla preciosa: su Hijo Querido. Y la esparce
para que caiga en todos los corazones. Pero, ¡ay, no todos ellos
están preparados para recibir tamaño tesoro! Y es que la semilla
que Dios echa en la tierra es de apariencia insignificante
y humilde, pero encierra en sí nada menos que todo el Reino
de Dios. Los hombres al verla pueden decir: “¡va, no vale mucho!
Estos son los hombres distraídos, los que atienden más a las
palabras halagüeñas del Enemigo que promete reinos poderosos
de este mundo. Y, otros son inconstantes en la búsqueda de Dios. Y,
muchos tienen sus vidas ciegas y sofocadas por las riquezas y los afanes de
este mundo... Todos estos hacen estéril el deseo de Dios de
salvarlos de sus engaños por medio de su Hijo Jesús.
Pero, hay “un resto”, aquellos que
son “los pobres de espíritu”, que tienen siempre la boca del deseo
abierta a toda Palabra que viene de Dios: “cuando
encontraba Palabras tuyas las devoraba. Tus Palabras eran mi
gozo, la alegría de mi corazón, pues tu Nombre fue
pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los Ejércitos”. Esto
sentía y oraba el santo Jeremías, porque él mismo se
había hecho Palabra de Dios para mover a sus hermanos a la
conversión.
¡Señor, haznos tierra buena que
acoja tu semilla de la Palabra, venga de donde viniere, con tal
de que sea pronunciada por Ti, por amor a mí! ¡No quiero ser estéril
puesto me has mandado: “sed santos como mi Padre celestial es
Santo”! ¡Y, esto no me es imposible porque Tú lo has
pronunciado “lleno de gracia y de verdad”!
¡Aleja de mi corazón la dispersión y el aturdimiento y abre mi oído para escucharte, así como es pronunciada tu Palabra en mí! ¡Creo que Tú lo puedes todo en mí porque lo deseo y Tú lo quieres para mí! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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