"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
HE AQUÍ UN HOMBRE, SEMBRANDO SEMILLA EN SU CAMPO
26 También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el
grano en la tierra;
27 duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que
él sepa cómo.
28 La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego
espiga, después trigo abundante en la espiga.
29 Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz,
porque ha llegado la siega.»
30 Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con
qué parábola lo expondremos?
31 Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la
tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra;
32 pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y
echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.»
33 Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas,
según podían entenderle;
34 no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado. (Mc. 4, 26-34)
El sembrador, confía a la tierra el fruto
de sus sudores y trabajos: la semilla preciosa que encierra en sí celosamente
la vida. Ella, no es capaz de crearla en sí y, el labrador
menos, para que fructifique al fin en múltiple fruto. El misterio de todo
grano, se lo ha reservado Dios para Sí. Nos ha permitido
manosearlo, echarlo sobre la tierra y coger por fin lo que este grano nos
da que, es un tallo, una planta, su flor y su fruto. Todo
esto, es un regalo de Dios al hombre. Pero escudriñar el respirar del grano
que, se halla en la oscuridad de su silencio, eso no lo ha
puesto Dios en nuestras manos pues, sería algo así como crear vida de la
nada y ello lo tiene Dios celosamente guardado en Sí mismo.
Dios, es el único Creador de
todas las cosas y el hombre es tan sólo su administrador y
trabajador. Por eso, nos dice el Evangelio que, en este crecer de la
semilla, ¡el sembrador, no sabe cómo lo hace Dios sobre este grano!
Y escoge Jesús esta parábola para
decirnos que, así es el Reino de Dios en el mundo. Se mueve en
él como en casa propia y nadie sabe de dónde viene ni a dónde
va. Así es el Espíritu Santo que, es la vida de
este Reino de Dios. Su fuerza es imparable y hace su obra entre los
hombres con la destreza de su gracia que, es su respirar.
Irrumpe en la vida de los hombres y va haciendo hijos de
Dios y herederos de su gloria. ¿Cómo es esto? Y, la
respuesta nos la da Jesús mismo en su dialogo con Nicodemo, maestro
de Israel: “¡tienes que nacer de nuevo!”. Y, este nacimiento es
ajeno a las leyes de la naturaleza. Su parto, se realiza en el Espíritu
porque lo que nace de arriba es espiritual, pero lo que nace de la
tierra, es tierra, es caducidad y materia.
Como Jesús, con esta parábola, ve
que, la gente no le entiende muy bien, les propone otra
comparación. Ahora se trata de algo que, a nuestros ojos, es
pequeñísimo: un grano de mostaza. Parece que, “es la semilla más
pequeña”, algo insignificante que, casi no podemos retener entre los
dedos. ¡Pues, esta “cosita nimia”, contiene en sí toda la
fuerza germinativa que, de una pequeña cosa va creciendo y creciendo hasta
formar un frondoso arbusto capaz para que, hagan su nido las aves del
cielo, es decir, todos los hombres!
Así, dice Jesús que, es
el Reino de Dios, aquí y ahora: como una nada que, llevada
por el Espíritu, realiza grandes cosas en el mundo: da fe a muchos
pueblos y razas; los hace discípulos entusiastas de Jesús, al serles
regalado todo el Misterio de Dios y su designio de amor por cada uno
de los hombres. Todos, pueden cobijarse bajo sus ramas, con
tal que crean en Jesús y su Misterio Pascual que, culmina en
su Resurrección, y, en la nuestra, en el último Día
que, Dios ha determinado.
Por tanto, nunca desesperemos de lo que
ven nuestros ojos y a veces nos parece su aspecto
miserable. Esto, es hablar con “la carne” y no con
el Espíritu pues, Éste, lo sondea todo, hasta lo escondido
de Dios y quiere darnos fe para que sepamos mirar con ojos nuevos, con los
ojos del Espíritu.
¡Señor, danos tu Espíritu Santo y todo nos será fácil! ¡Él, tiene creatividad para introducir en mi alma el Reino de Dios! Y, aunque vea en mí, “una semilla” que no lleva en sí vida eterna, el Espíritu Santo, ¡puede con su amor hacerla fértil y alejar de ella toda esterilidad! ¡Creo Señor! ¡Que así sea con tu gracia! ¡Amén!
No hay comentarios:
Publicar un comentario