"Ventana abierta"
LA HUMILDAD
Web católico de Javier
Se acercaba mi cumpleaños y quería ese año pedir un deseo
especial al apagar las velas de mi pastel.
Caminando por el parque me senté al lado de un mendigo que
estaba en uno de los bancos, el más retirado, viendo dos palomas revolotear
cerca del estanque y me pareció curioso ver a un hombre de aspecto abandonado,
mirar las avecillas con una sonrisa en la cara que parecía eterna.
Me acerqué a él con la intención de preguntarle por qué
estaba tan feliz.
Quise también sentirme afortunado al conversar con él para
sentirme más orgulloso de mis bienes, porque yo era un hombre al que no le
faltaba nada. Tenía mi trabajo, que me producía mucho dinero. Claro que...
¿cómo no iba a producírmelo trabajando tanto?. Tenía mis hijos a los que,
gracias a mi esfuerzo, tampoco les faltaba nada y tenían todos los juguetes que
quisiesen tener. En fin, gracias a mis interminables horas de trabajo no le
faltaba nada a mi familia.
Me acerqué entonces al hombre y le pregunté:
- Caballero, ¿qué pediría usted como deseo en su cumpleaños?
Pensaba yo que el hombre me contestaría que pediría dinero.
Así, de paso, yo le daría unos billetes que tenía y realizaría la obra de
caridad del año.
No sabe usted mi asombro cuando el hombre me contesta lo
siguiente, con la misma sonrisa en su rostro que no se le había borrado y nunca
se le borró:
-Amigo, si pidiese algo más de lo que tengo sería muy
egoísta, yo ya he tenido de todo lo que necesita un hombre en la vida y más.
Vivía con mis padres y mi hermano antes de perderlos una tarde de junio. Hace
mucho, conocí el amor de mi padre y mi madre, que se desvivían por darme todo
el amor que les era posible dentro de nuestras limitaciones económicas. Al
perderlos, sufrí muchísimo pero entendí que hay otros que nunca conocieron ese
amor, yo sí y me sentí mejor.
De joven, conocí una chica de la cual me enamoré
perdidamente. Un día la besé y estalló en mí el amor hacia aquella joven tan
bella. Cuando se marchó, mi corazón sufrió tanto... Recuerdo ese momento y
pienso que hay personas que nunca han conocido el amor y me siento mejor.
Un día en este parque, un niño correteando cayó al suelo y
comenzó a llorar. Yo fui, lo ayudé a levantarse, le sequé las lágrimas con mis
manos y jugué con él por unos instantes más y aunque no era mi hijo, me sentí
padre y me sentí feliz porque pensé que muchos no han conocido ese sentimiento.
Cuando siento frío y hambre en el invierno, recuerdo la
comida de mi madre y el calor de nuestra pequeña casita y me siento mejor
porque hay otros que nunca lo han sentido y tal vez no lo sentirán nunca.
Cuando consigo dos piezas de pan comparto una con otro mendigo del camino y
siento el placer que da compartir con quien lo necesita, y recuerdo que hay
unos que jamás sentirán esto.
Mi querido amigo, ¡qué más puedo pedir a Dios o a la vida
cuando lo he tenido todo, y lo más importante es que soy consciente de ello!
Puedo ver la vida en su más simple expresión, como esas dos
palomitas jugando. ¿Qué necesitan ellas? Lo mismo que yo, nada... Estamos
agradecidos al Cielo de esto, y sé que usted pronto lo estará también.
Miré hacia el suelo un segundo como perdido en la grandeza de las palabras de aquel sabio que me había abierto los ojos en su sencillez. Cuando miré a mi lado ya no estaba, sólo las palomitas y un arrepentimiento enorme de la forma en que había vivido sin haber conocido la vida. Pensé que aquel mendigo era tal vez un ángel enviado por Dios, que me daría el regalo más precioso que se le puede dar a un ser humano... la humildad.
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