"Ventana abierta"
La Buena Semilla
Tú, oh Señor, en el principio fundaste la
tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces…
Pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán.
Hebreos 1: 10-12
Apolo 15
Cuando el astronauta J. Irwin contaba su
aterrizaje en la luna, en la misión Apolo 15 (1971), solía añadir: “El hecho de
que Jesucristo haya caminado en la tierra es más importante que el hecho de que
un hombre haya caminado sobre la luna”. El evento que muchos saludaron en
aquella época como el apogeo de la tecnología tenía, pues, menos valor a los
ojos de uno de sus actores principales que la venida del Hijo de Dios a la
tierra. En efecto, es preciso reflexionar tanto en los orígenes como en las
consecuencias de estos dos acontecimientos: ¡en eso se oponen totalmente!
Por un lado, el hombre tiene una gran sed
natural de conocer el mundo que le rodea, una ambición insaciable que lo lleva
a elevarse por encima de todo.
Por otro lado, Jesucristo, el Hijo de Dios, se
humilló hasta el punto de tener un pesebre como cuna, acontecimiento que pasó
desapercibido para los hombres, salvo para algunos pastores. Tomó un cuerpo
semejante al nuestro para servir a los intereses de Dios, en una obediencia
perfecta, cuya máxima expresión fue la muerte en la cruz (Filipenses 2:
6-8).
¿Cuáles fueron los resultados de esos dos
acontecimientos? Que el hombre haya caminado sobre la luna no cambió gran cosa
para usted ni para mí. Pero que Cristo haya venido a la tierra, que haya muerto
en una cruz y resucitado al tercer día, esto cambió el destino eterno de una
multitud de gente, de todos los que creen en él. Y pronto, mediante el
despliegue de un poder sin igual, el Señor llevará al cielo a todos los que lo
aceptaron como su Salvador.
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