"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMA NOVENA SEMANA DEL T.O. (1)
“De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
La liturgia de hoy nos presenta uno de esos
pasajes en que los fariseos ponen a prueba a Jesús para ver si “resbala” y
poder acusarlo de predicar contrario a la Ley de Moisés o, al menos,
desprestigiarlo (Mt 19,3-12). El asunto que le plantean tiene tanta o más
vigencia hoy, que en aquel momento.
Le preguntan: “¿Es lícito a uno despedir a su
mujer por cualquier motivo?” Jesús, un verdadero maestro del debate, además de
conocedor de la Ley, les devuelve la pregunta: “¿No habéis leído que el
Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso abandonará
el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una
sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios
ha unido, que no lo separe el hombre”. Ellos contestaron lo que Jesús esperaba:
“¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?”
La respuesta de Jesús no se hace esperar: “Por
lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero, al
principio, no era así. Ahora os digo yo que, si uno se divorcia de su mujer –no
hablo de impureza– y se casa con otra, comete adulterio”.
Jesús deja establecida la diferencia entre un
precepto y un mandamiento. La ley del Deuteronomio no es un mandamiento; es un
precepto, un “permiso” que Moisés se vio prácticamente obligado a concederles
“por lo tercos que sois”. Pero ese precepto no alteró de modo alguno la ley
fundamental del matrimonio, que permaneció intacta. Jesús va a las mismas
raíces de la Ley, a la creación, a la ley del matrimonio contenida en la
Palabra de Dios (Gn 1,27; 2,24): “macho y hembra los creó” … “Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne”. Cualquier desviación de esa ley no es mandamiento de Dios,
es precepto de hombre, y no puede prevalecer en contra de aquél.
Todo está en la voluntad expresa de Dios al
crear al hombre y a la mujer con diferentes sexos para que se complementaran,
para que pudieran unirse y formar “una sola carne”, para cumplir el mandato de:
“Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”. Esa es la base
del matrimonio establecido por Dios. Y su indisolubilidad la encontramos, tanto
en el hecho de que en lo adelante ya no serán dos, sino que “serán los dos una
sola carne”, como en la radicalidad del voto, que implica romper con todos los
lazos familiares sagrados para los judíos: “Por eso abandonará el hombre a su
padre y a su madre”. No hay términos medios; “lo que Dios ha unido, que no lo
separe el hombre”.
Hoy día vivimos en una sociedad sujeta a las
“modas”, al relativismo moral, al culto al placer, a la búsqueda constante de
la satisfacción personal, la que se ha elevado a nivel de “derecho”. Es la
cultura del “yo”, que plantea que “como Dios es amor”, Él tiene que reconocer
nuestro derecho a buscar nuestra propia “felicidad” aunque ello implique negar
unos principios y mandamientos fundamentales de la Ley de Dios. En otras
palabras, pretendemos imponerle a Dios nuestras propias pautas de lo que es
lícito y lo que no lo es. Estamos dispuestos a quemar el Decálogo, y hasta al
mismo Dios, en aras de nuestra “felicidad”. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Señor,
ten piedad de nosotros…
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