"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (1)
El evangelio
correspondiente a la liturgia de hoy (Mt 23,1-12) es el preámbulo de las “siete
maldiciones” de Jesús contra los escribas y fariseos recogidas en el capítulo
23 de Mateo. El pasaje nos muestra a Jesús hablando a un público numeroso
(“habló a la gente y a sus discípulos”) denunciando los excesos de estos
personajes que habían usurpado la “catedra de Moisés”, que por derecho le
correspondía a los sacerdotes, quienes eran los llamados por la ley de Moisés a
interpretar las escrituras.
Dos cosas critica Jesús a los escribas y fariseos. En primer lugar, que
habían interpretado la ley de Moisés de tal manera que habían establecido una
serie de preceptos que habían convertido los diez mandamientos originales en
613 preceptos (la llamada Mitzvá), que constituían una
verdadera camisa de fuerza para el pueblo, “fardos pesados e insoportables [que
le] cargan a la gente en los hombros, pero [que] ellos [los escribas y
fariseos] no están dispuestos a mover un dedo para empujar”. Una carga creada
por mentes humanas, no por Dios; carga que contrasta grandemente con el “yugo
suave y la carga ligera” (Mt 11,30) propuesta por Jesús.
En segundo lugar, Jesús critica el protagonismo y elitismo, y el deseo de
reconocimiento que habían desarrollado los escribas y fariseos, quienes
pretendían ocupar siempre los primeros puestos en todo, y exigían que se les
rindiera pleitesía. Por eso Jesús advierte a los que le escuchan que hagan y
cumplan lo que les digan los escribas y fariseos, pero que no hagan lo que
ellos hacen, “porque ellos no hacen lo que dicen”. Esa actitud es la que
llevará a Jesús a referirse a ellos más adelante como “sepulcros blanqueados”
(Mt 23,27); actitud que contrasta con el mensaje de humildad, sencillez y
pobreza apostólica recogido en las Bienaventuranzas (Mt 5), y con su
aseveración de que “si alguno de ustedes quiere ser el primero entre ustedes,
que se haga el esclavo de todos”, porque “el Hijo del Hombre no vino a ser
servido, sino a servir” (Mt 20,27-28).
El mensaje de Jesús es claro, pero sobre todo consistente. Y lo que le da
sentido, el “pegamento” que le da esa consistencia es el Amor. El Amor
abundante e incondicional que Él nos profesa, y que nosotros venimos llamados a
“derramar” con la misma abundancia sobre nuestro prójimo, sobre nuestros
hermanos; el mismo Amor que llevó a Jesús a lavar los pies de sus discípulos
(Jn 13,12-15).
Cuando nos decidamos servir al Señor, asegurémonos de ser humildes y
misericordiosos con todo el que se nos acerque, y pidámosle al Señor nos libre
de caer en la tentación del orgullo o la ostentación que nos impida ser
verdaderos servidores de nuestro prójimo como lo hizo el Maestro. “En esto
reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros” (Jn
13,35).
En este fin de semana que comienza, recordemos que el Padre nos espera con la mesa dispuesta para que nos sentemos junto a Él a disfrutar del banquete de la Palabra y la Eucaristía. ¡Anda, anímate!
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