"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MARTES DE LA VIGÉSIMA SEMANA DEL T.O. (1)
La lectura evangélica
que contemplamos en la liturgia para hoy (Mt 19,23-30), es la continuación de la
del joven rico que se nos propusiera ayer. En esta lectura, Jesús dice a sus
discípulos: “Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los
cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja
que a un rico entrar en el reino de Dios”. El “ojo de una aguja” a que se
refiere Jesús era un pequeño portón que tenían las puertas principales de las
ciudades como Jerusalén, por donde entraban los mercaderes después de la hora
que se cerraban las mismas. Si el mercader traía camellos, le resultaba bien
difícil entrarlos por “el ojo de la aguja”. Para poder lograrlo (no siempre
podían), tenían que quitarle la carga y entrarlo arrodillado. ¿Ven el
simbolismo?
De nuevo vemos a Jesús poniendo el apego a la riqueza como impedimento
para alcanzar el reino de Dios, pero esta vez es, como ocurre a menudo, en un
diálogo aparte con sus discípulos, luego del episodio. Los discípulos acaban de
escuchar a Jesús pronunciarse en esos términos y están confundidos, pues en la
mentalidad judía la riqueza y la prosperidad son sinónimos de bendición de
Dios. ¿Cómo es posible que la riqueza, que es bendición de Dios, sea un
impedimento para alcanzar el Reino? Pero Jesús se refiere a la conducta
descrita en el Deuteronomio (8,11-18) que nos manda estar alertas, no sea que:
“cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en
ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y
oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría y olvides
a Yahvé tu Dios que te sacó de Egipto, de la casa de la servidumbre”.
Lo que Jesús nos propone es comprender que para seguirle tenemos que
“desposeernos” de todo lo que pueda desviar nuestra atención de Dios como valor
absoluto. Tenemos que aprender a depender, no de nuestra propia riqueza ni de
aquello que pueda darnos “seguridad” humana, sino de los demás, y ante todo, de
Dios, recordando que solo siguiéndole a Él podemos alcanzar la salvación. Por
eso cuando los discípulos le preguntan: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”, Él
les mira y les contesta: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede
todo”…. “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer,
hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”.
Tarea harto difícil, la verdadera “pobreza evangélica”, imposible para
nosotros si dependemos de nuestros propios recursos. Solo si nos abandonamos a
Dios incondicionalmente podemos lograrlo, porque “Dios lo puede todo” (Cfr. Lc 1,37).
En este pasaje se nos describe, además, la renuncia a las cosas del mundo
llevada al extremo, que encontramos en aquellos que abrazan la vida religiosa
abandonando “casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras”
con tal de seguir a Jesús.
Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia de aprender a desprendernos de todo lo que nos impide seguirle plenamente; que podamos hacer de Él, y de su seguimiento, el valor absoluto en nuestras vidas, para así ser acreedores a la vida eterna que Él nos tiene prometida.
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