"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
‘Adviento y vigilancia’
Queridos hermanos y
hermanas:
Comenzamos el tiempo de
Adviento, que nos prepara para recordar y celebrar la primera venida del Señor
y nos dispone para acogerle en nuestros corazones en la nueva venida que cada
año actualiza místicamente la liturgia. La Iglesia nos invita además a dilatar
la mirada: el Señor que vino hace dos mil años, que viene de nuevo a nosotros
en Navidad, vendrá glorioso como juez al final de los tiempos. Por ello, el
tiempo de Adviento y toda la vida del cristiano es tiempo de alegre esperanza.
Es tiempo también de vigilancia, a la que nos insta el evangelio de los últimos
domingos del año litúrgico y también el de este domingo primero de Adviento con
la evocación de Noé y el diluvio.
La vigilancia no es vivir bajo
el temor de un Dios justiciero y vengativo que está esperando nuestros errores
o pecados para castigarnos. Esta actitud de desconfianza y temor ante Dios y el
mundo, sólo engendra personas obsesivas y escrupulosas, que piensan que Dios es
un ser predispuesto contra el hombre, quien debe ganarse su salvación con sus
solas fuerzas y luchando contra enormes imponderables. Así pensaban el
jansenismo, herejía que floreció en los Países Bajos, Francia, Alemania e
Italia en los siglos XVII y XVIII.
La vigilancia cristiana es una
actitud positiva que tiene como base el optimismo sobrenatural de sabernos
hijos de un Dios que es Padre, que quiere nuestra salvación y nuestra felicidad
y que nos da los medios para alcanzarla. Es concebir la vida cristiana como una
respuesta amorosa a un Dios que nos ama, que es fiel a sus promesas y que
espera nuestra fidelidad con la ayuda de su gracia.
La actitud de vigilancia debe
matizar la vida del cristiano, para saber distinguir los valores auténticos de
los aparentes. Los medios de comunicación, en muchos casos difunden modos de
pensar y de actuar que nada tienen que ver con los auténticos valores humanos y
cristianos. En demasiadas ocasiones canonizan formas de comportamiento ajenas
al espíritu cristiano. Se impone, pues, una actitud crítica ante lo que vemos,
escuchamos o leemos y una independencia de criterio ante los mensajes
contrarios al Evangelio con que, de forma directa o indirecta, nos agreden los
medios de comunicación.
La vigilancia es también
necesaria para que no se debilite nuestra conciencia moral, para conservar una
conciencia recta, que distingue el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo
recto de lo torcido. De lo contrario, la conciencia puede endurecerse hasta
perder el sentido moral, el sentido del pecado, un peligro muy real para los
cristianos de hoy. La vigilancia cristiana nos debe ayudar a poner los medios
para conservar la rectitud moral: la confesión frecuente, precedida de un
examen sincero de conciencia, y el examen de conciencia diario para ponderar
nuestra fidelidad al Señor, son la mejor garantía para mantener la tensión
moral y la delicadeza de conciencia.
Es necesaria también la
vigilancia ante los posibles peligros que pueden debilitar nuestra fe o nuestra
vida cristiana. El cristiano no puede vivir en una atmósfera permanente de
temor, porque cuenta con la ayuda de la gracia de Dios, pero tampoco ha de ser
un atolondrado, ni creerse invulnerable ante las tentaciones del demonio. Ha de
vivir su vida cristiana con responsabilidad y sabiduría, para descubrir los
peligros que ponen en riesgo nuestra fe y, sobre todo, el mayor tesoro del
cristiano, la vida de la gracia, que es comunión con el Padre, el Hijo y el
Espíritu, que vive en nosotros y nos da testimonio de que somos hijos de Dios.
La vida de la gracia es ya en este mundo prenda y anticipo de la vida de la
gloria, a la que Dios nos tiene destinados.
Para vivir la esperanza
cristiana en la salvación definitiva no hay mejor camino que tomar en serio el
momento presente en función de los acontecimientos finales, pues nuestro fin
será como haya sido nuestra vida. Si cada día tratamos de ser fieles a Dios en
nuestro propio estado y circunstancias, viviremos vigilantes y estaremos
preparados para “el
día y la hora” de que nos habla el Señor en el evangelio de
estos días. De este modo no consideraremos la muerte como una tragedia, sino
que la esperaremos con la paz y la alegría de quienes se preparan para el
abrazo definitivo con el Señor.
Que sea Él quien aliente
nuestra vigilancia con su custodia fuerte y amorosa, pues como nos dice el
salmo, “Si el Señor no guarda la
ciudad en vano vigilan los centinelas”. Que la Virgen Inmaculada,
cuya novena estamos iniciando, y a la que todos los días decimos muchas veces “ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte”, nos cuide y proteja ahora y
en los momentos finales de nuestra vida. Que ella nos acompañe en la vivencia
gozosa de este nuevo Adviento.
Para todos, mi saludo
fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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