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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

martes, 8 de abril de 2025

¿SABÍAS QUE... LO PRIMERO QUE HICIERON NUESTROS FRAILES EN ROMA FUE ROBAR UN CONVENTO? Martes, 8 - Abril - 2025

"Ventana abierta"

DOMINICAS LERMA

¿SABÍAS QUE...

...LO PRIMERO QUE HICIERON NUESTROS FRAILES EN ROMA FUE ROBAR UN CONVENTO?

Vamos a ver, hay que entender la situación… Los pobrecitos necesitaban un lugar donde vivir y, dado que no había muchas alternativas, hubo que hacer una pequeña trampa a la ley. Deja que te cuente cómo sucedieron las cosas, porque en este robo, el protagonista principal no fue santo Domingo, ¡sino el Papa!

Evidentemente, al poner su destino en Roma, la idea de nuestro castellano era fundar una comunidad de frailes en la Ciudad Eterna. Los hermanos en cuestión ya los tenía: en total eran ya 6 frailes, sin contar a Reginaldo (que seguía de peregrinación), pero a los que se podrían añadir muchos más, pues los jóvenes romanos se mostraban entusiasmados con el nuevo modo de vida. Lo dicho: la comunidad estaba garantizada, el problema es que toda comunidad necesita un convento y, ese sí, era un problema de considerables dimensiones.

Como siempre, la bolsa de los ahorros de Domingo era lo más parecido a una cebolla: abrirla y echarse a llorar era todo uno. En otras palabras: nuestro presupuesto para comprar un convento era nulo. Pero el tema de la economía era incluso un problema secundario.

La dificultad principal residía en que la idea de nuestro amigo era que sus frailes estuviesen en el corazón de las ciudades. Pero el corazón de Roma… ¡estaba construido desde hacía siglos! Un convento nuevo, con iglesia, huerta, cementerio y demás, requiere un terreno enorme, que solo podría encontrarse a las afueras de la ciudad, ¡y Domingo se negaba en rotundo!

Con estos planteamientos, las cosas pintaban muy feas para encontrar un hogar para nuestros frailes. Pero, como siempre, el castellano mantenía la confianza: ¡sabía que el Señor podía abrir un camino en ese mar de dificultades!

A quien le traía de cabeza la situación era al cardenal Hugolino. El pobre intentaba ayudar a Domingo en todo lo que podía, pero no veía la forma de solucionar tan peliagudo problema: ¿cómo conseguir un convento sin dinero y en el corazón de una ciudad en la que ya no hay terreno?

Unos días más tarde, el cardenal tuvo un encuentro con el papa Honorio III. Tenían varios asuntos que tratar. De pronto, en medio de la conversación, el Papa le preguntó por Domingo y sus frailes. El purpurado se quedó sorprendido: ¡¡Honorio no solo se acordaba del castellano, sino que además estaba interesado por la situación!!

No necesitaba mucho más nuestro entusiasta amigo para plantear al Papa el problema del convento. Pero, a pesar de que Hugolino le manifestó las dificultades con todo lujo de detalles, Su Santidad no perdió la sonrisa.

-Creo que tengo la solución, Excelencia -respondió con un brillo especial en los ojos.

Resulta que, en la vía Apia, cerca de la puerta de San Sebastián, estaba la antigua iglesia de San Sixto. El Papa anterior, Inocencio III, había cedido esta iglesia y el amplio terreno que la rodeaba a los gilbertinos, y les había prometido construir allí un convento en el que pudieran vivir. A cambio, los gilbertinos se comprometían a reunir a las monjas dispersas de Roma, encargándose de gobernar y atender espiritualmente a las religiosas. El pacto estaba firmado y sellado, y el convento había comenzado a construirse… pero en ese momento había muerto Inocencio III, y el proyecto quedó paralizado.

El hecho es que los gilbertinos no habían movido un solo dedo, ni para reunir a las monjas, ni para concluir la construcción del convento. Era más cómodo esperar a que el Papa decidiera reanudar las obras… y que fuese el Papa quien las pagase, para qué nos vamos a engañar. Estaban absolutamente seguros de que el convento les pertenecía, y estaban dispuestos a tener toda la paciencia del mundo con tal de no tener que poner un solo céntimo.

Sin embargo, Honorio no estaba nada satisfecho con esta falta de interés de los gilbertinos. Ni corto ni perezoso, mandó llamar de inmediato a Domingo. A Honorio no le gustaba andarse con rodeos, así que puso rápidamente las cartas sobre la mesa: ofreció a Domingo el convento de San Sixto. Por supuesto, el Papa indicó las condiciones: Domingo y sus frailes debían asumir el compromiso fallido de los gilbertinos (reunir y cuidar a las monjas de Roma) y, además, tendrían que hacerse cargo de concluir las obras del convento.

De las posibilidades económicas de nuestros frailes ya hemos hablado, pero el tema de las monjas no era mucho más alentador… Para hacernos una idea rápida, te diré que, en la Roma de aquel momento, “monja” era el insulto más grave que podía decirse contra una mujer. El más ofensivo, el más hiriente. Y es que, lamentablemente, las monjas romanas llevaban una vida disoluta, moralmente de lo más reprochable, sin pisar el convento ni para dormir… y era proverbial la fama que tenían de rebeldes, maleducadas y tozudas. Vamos, que se entiende un poco por qué los gilbertinos no querían meter la mano en semejante cubo de pirañas…

Por supuesto, Domingo era consciente de todo esto, pero, ¿acaso no había empezado su obra con un grupo de mujeres? Si las herejes acabaron convertidas en monjas, ¿no podría ayudar a esas religiosas a recuperar el deseo de ser santas?

Lo que no nos cuentan las crónicas es la cara que se les quedó a los gilbertinos cuando, poco después de esta conversación, les llegó una carta, sellada por el Papa, en la que les informaba de que habían perdido todos sus derechos sobre el convento de San Sixto. Y sin opción a réplica. El convento ahora no solo tenía propietarios, sino también inquilinos: Domingo y sus frailes se mudaron inmediatamente a su nuevo hogar, aunque estuviese sin construir. Con las ganas que tenían ellos de tener un convento, ¿qué mejor techo que disfrutar de las estrellas?

-PARA ORAR

¿Sabías que… el amor que no se cuida, se enfría?

El peor enemigo del amor es la rutina. Acostumbrarse, dar por supuesto el amor… hace que este se debilite rápidamente, y puede llegar a apagarse.

Fue precisamente lo que les sucedió a los gilbertinos: estaban tan seguros de que el convento era suyo que no lo cuidaron, no cumplieron sus compromisos… y lo acabaron perdiendo.

El Señor nos dice que “al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene” (Mt 13, 12).

El que cuida el amor, el que es delicado incluso en los más pequeños detalles, se hace cada vez más sensible, ¡y su amor se va encendiendo día tras día! Tal vez tú y yo no vayamos a perder un monasterio, ¡pero tenemos entre manos riquezas aún mayores! En efecto: Cristo quiere vivir contigo una auténtica amistad basada en el amor. Y, como todo amor, cuando se cuida, ¡crece!

El Señor se ha comprometido contigo y no fallará en su promesa: cada mañana prepara mil detalles para susurrar a tu corazón el amor inmenso que siente… ¡Y ahí está la clave! Jesús no grita, ¡susurra! Se necesita un corazón despierto para escucharle. Cuanto más atento estás a sus detalles, ¡¡más podrás descubrir!!

Sin embargo, lo contrario también es cierto: si no pones atención… te los perderás. Cristo no dejará de derramar su amor por ti, su amor es eterno, infinito, ¡y no cambia! Pero esos detalles que han pasado y no has acogido, ¡se quedan atrás! Y tu corazón puede enfriarse peligrosamente…

Reflexionando sobre esto, san Agustín llega a exclamar: “¡Me da miedo el Dios que pasa!”. O, en otras palabras, ¡me da miedo que pase a mi lado y no reconocerle, me da miedo perdérmelo!

Hoy solo podemos terminar este capítulo con la misma petición del rey Salomón: “Dame, Señor, un corazón que escuche”…

VIVE DE CRISTO

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