"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE
CUARESMA. (C)
La oración, uno de los rasgos distintivos de Jesús. Los relatos
evangélicos nos muestran a Jesús orando en los momentos más importantes de su
vida, y antes de tomar cualquier decisión importante. Toda la vida de Jesús
transcurrió en un ambiente de oración. Su vida se nutría de ese diálogo
constante con el Padre. Así, por ejemplo, lo vemos orando en el momento de su
bautismo (Lc 3,22), antes de la elección de los “doce” (Lc 6,12), ante la tumba
de su amigo Lázaro antes de revivirlo (Jn 11,41b-42), al curar al endemoniado
epiléptico (Mc 9,28-29), en la oración de acción de gracias que precedió la
institución de la Eucaristía, en el huerto de Getsemaní (Mt 26,36-44), al pedir
por sus victimarios (Lc 23,34), y al momento de entregar su vida por nosotros
(Mt 27,66; Cfr.
Sal 22,2;).
Durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a retomar la práctica
de la oración. Hoy encontramos a Jesús nuevamente “orando” en el monte
Tabor junto a sus discípulos, y vemos cómo, estando en oración, se
“transfiguró”. ¡El poder de la oración! Sí, Jesús se transfiguró por el poder
de la oración. Y Jesús había invitado a sus amigos a acompañarle para que
fueran testigos de esa manifestación de la Gloria de Dios.
Nos dice el pasaje que contemplamos hoy que “mientras oraba, el aspecto de
su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos”. Del mismo modo la oración
puede “transfigurar” nuestras almas, permitiéndonos participar de la Gloria de
Dios, convirtiéndonos en otros “cristos”. Ese es el mejor testimonio de nuestra
fe, pues todo el que nos vea notará algo “distinto” en nuestro rostro; tal vez
esa sonrisa inconfundible que refleja la verdadera “alegría del cristiano” que
solo puede ser producto de haber tenido un encuentro con Dios.
Era también en la oración que Jesús encontraba la fuerza para continuar y
completar su misión. Y esa fuerza emanaba del amor del Padre. Como decía santa
Teresa de Jesús: “La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de
amar”. De igual modo, la oración es la “gasolina” que nos permite seguir
adelante en la misión que el Señor ha encomendado a cada cual. De ella nos
nutrimos y en ella encontramos el bálsamo que sana nuestras heridas y alivia
nuestros pesares, al sentirnos arropados por ese Amor incondicional del Padre
que se derrama sobre nosotros en la oración fervorosa.
Hoy, pidamos al Señor que nos transfigure en la oración, para que Su luz ilumine nuestros rostros, de manera que podamos convertirnos en “faros” que aparten las tinieblas y arrojen un rayo de esperanza que guíe a nuestros hermanos hacia Él. Por Jesucristo nuestro Señor.
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