"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL QUINTO
DOMINGO DEL T.O. (c)
“Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan
grande de peces que las redes comenzaban a reventarse”.
Las lecturas que nos ofrece la liturgia para
este quinto domingo del Tiempo Ordinario giran en torno al tema vocacional.
Como hemos dicho en ocasiones anteriores, la palabra vocación viene del
latín vocatio, que a su vez se
deriva del verbo vocare, que quiere decir “llamar”. Es decir, cuando hablamos de vocación en
términos religiosos, nos referimos a ese “llamado” que Dios hace a cada cual
para una misión en particular.
La primera lectura (Is 6,1-2a.3-8), nos narra
la vocación de Isaías. Es un pasaje hermoso preñado de símbolos bíblicos,
incluyendo el humo (nube), símbolo de la presencia de Dios, el trono y la orla
del manto, que significan la gloria de Dios, y el coro de querubines que
cantan: “¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena
de su gloria!”, un superlativo que manifiesta la Majestad divina.
Pero el punto culminante lo encontramos cuando
uno de los serafines pasa un carbón encendido por los labios de Isaías y le
purifica sus labios (vocación profética), junto al Señor que dice, como
pensando en voz alta (Dios no se impone): “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por
mí?”. A lo que el profeta contesta: “Aquí estoy, mándame”.
En la segunda lectura (1 Cor 15,11), san Pablo
nos narra cómo el Señor le “llamó”, convirtiéndolo del más acérrimo
perseguidor, al apóstol de los gentiles, encargado de predicar la Buena Noticia
a todos los pueblos paganos.
El Evangelio (Lc 5,1-11), nos mezcla la
vocación de los primeros discípulos, Simón y los hijos del Zebedeo (Santiago y
Juan), con el pasaje de la pesca milagrosa. Cabe notar que en el relato
evangélico de Juan, la vocación de los primeros discípulos aparece al principio
(1,35 y ss.), y la pesca milagrosa nos la narra en un “apéndice”, luego de la
Resurrección. Todo esto obedece a un fin pedagógico, que en otro momento
desarrollaremos.
Los tres relatos, aunque diferentes, tienen dos
elementos en común: el sentido de indignidad de los llamados, y su
disponibilidad. En la primera lectura: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de
labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”, y luego:
“Aquí estoy, mándame”. En la segunda lectura: “Porque yo soy el menor de los
apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia
de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha
frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos”. Finalmente, en
la tercera lectura: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, y luego:
“Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”. El mensaje
es claro: Dios no escoge a los capacitados, Dios capacita a los que escoge.
Lo cierto es que todos hemos recibido una
vocación de parte de Dios, cada uno según la diversidad carismas que el
Espíritu ha manifestado en cada cual, para el provecho común (Cfr. 1 Co
12,1-11). Pero Dios no nos obliga, tenemos que “aceptar” nuestra misión.
Y tú, ¿estás dispuesto a dejarlo todo (aquello que te impide aceptar tu misión, por sencilla que sea) y decir: “Aquí estoy, mándame”? ¡Atrévete!
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