"Ventana abierta"
Las mil y una noches
Contadas por la joven Sherezade a un rey que maltrataba a
sus doncellas.
Manuel Arnaldos, historiador de Mercabá
Sherezade, hija del visir y encargada de suavizar la ira del rey, a base de cuentos.
Para este tiempo de Cuarentena 2020 obligatoria
por el virus Coronavirus, y para que se hagan más llevaderas las noches que nos
esperan en adelante, que esperemos no sean 1001, os dejamos unos cuentos árabes
muy entretenidos y simpáticos. Os dejamos de la noche 1 a la 25, de la 290 a la
315 y de la 978 a la 1001, sobre los viajes de Sindbad el Marino, Aladino y su
lámpara misteriosa, Alí Babá y los 40 ladrones... así como cuentos
sentimentales y de enseñanzas, leyendas de los califas más renombrados, saber
hacer ante los personajes más perniciosos... y todo ello con moraleja y buen
humor.
Cuéntase que en lo que transcurrió en la
antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de
Sassan, en las islas de la India y de la China[1]. Era dueño de ejércitos y
señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y
ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor
reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le
querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar[2]. Su
hermano, llamado Schahzaman[3], era el rey de Salamarcanda.
[1] La geografía es absolutamente vaga y
admirable. Sería pues, inútil profundizar.
[2] Schahriar:
"dueño de la ciudad". [3] Schahzaman: "dueño del
tiempo".
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron
cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte
años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento. No
dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su
hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir
contestó: "Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia
de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz[4], le
dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su
viaje era invitar a su hermano. El rey Schahzaman contestó: "Escucho y
obedezco". Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus
tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares.
Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su
hermano. Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su
palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada
con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se
oscureció ante sus ojos. Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando
apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si
me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?". Desenvainó
inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los
tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó
la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su
hermano.
[4] "Que la paz (o la salvación) sea
contigo". Saludo usado entre los musulmanes.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió
a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores
límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a
hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su
esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida
y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó
en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y
lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano,
tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay,
hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!". Pero no le
reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo:
"Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se
esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano
se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al
jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey Schahzaman vio cómo se
abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los
cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de su belleza.
Llegados a un estanque, se desnudaron, y se mezclaron todos. Y súbitamente la
mujer del rey gritó: "oh, Massaud". Y en seguida acudió hacia ella un
robusto esclavo negro, que la abrazó. Ella se abrazó también a él, y entonces
el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron
lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo, sin acabar con sus
besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer. Al
ver aquello, pensó el hermano del rey: "Por Alah, que más ligera es mi
calamidad que esta otra". Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su
aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió
a mí!". Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su
excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar
observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color,
pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con
toda su alma después de haberse alimentado parcamente en los primeros días.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, poco
ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te
pasa". El rey le dijo: "Te contaré la causa de mi anterior palidez,
pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores". El
rey replicó: "Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida
de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo: "Sabrás,
hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis
preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya
que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a
mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama.
Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal
aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En
cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color, dispénsame de
mencionarla". Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por
Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de haber recobrado tus colores".
Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto
había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es necesario que mis ojos
vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de
caza, pero escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos
lo contemplarán". Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase
la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad.
El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos:
"¡Que nadie entre!". Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se
dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la
ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las
esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto
había contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr[5].
[5] Asr: parte del día en que empieza
a declinar el sol.
Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la
razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano: "Marchemos para saber
cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos
tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura
semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida".
Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron por una puerta
secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin
llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada.
En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se
sentaron a descansar. Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar
empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra columna de humo, que llegó
hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se
subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que
tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit[6] de
elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre
la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó
debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la
abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura,
luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta: ¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es
el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras! ¡Los soles irradian
con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos! ¡Que los velos de su
misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantados a
sus pies! ¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas
de pasión humedece todos los párpados!
[6] Efrit: astuto, sinónimo de genio.
Después que el efrit hubo contemplado a la
hermosa joven, le dijo: "oh soberana de las sederías, oh tú, a quien rapté
el mismo día de tu boda. Quisiera dormir un poco". Y el efrit colocó la
cabeza en las rodillas de la joven y se durmió. Entonces la joven levantó la
cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En
seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les
dijo por señas: "Bajad, y no tengáis miedo de este efrit". Por señas,
le respondieron: "Por Alah sobre ti, dispénsanos de lance tan peligroso".
Ella les dijo: "Por Alah sobre vosotros, bajad en seguida si no queréis
que avise al efrit, que os dará la peor muerte". Entonces, asustados,
bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles:
"Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré
al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a
Schahzaman: "Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta manda". El
otro repuso: "No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres
mayor". Y ambos empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos
señas de copulación. Pero ella les dijo: "¿Para qué tanto guiñar los ojos?
Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit". Entonces, por
miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo
agotado, les dijo: "¡Qué expertos sois los dos!". Sacó del bolsillo
un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con
sellos, y les preguntó: "¿Sabéis lo que es esto?". Ellos contestaron:
"No lo sabemos". Entonces les explicó la joven: "Los dueños de
estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de este
efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos".
Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y
ella entonces les dijo: "Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda;
me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la
arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que
cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza. Ya lo dijo el
poeta: ¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen
o mal humor depende de los caprichos de su vulva! ¡Prodigan amor falso cuando
la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos! ¡Recuerda
respetuosamente las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que
expulsaran a Adán por causa de la mujer! ¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil!
¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una pasión
loca! Y no digas: "¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los
enamorados!" ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un prodigio único ver
salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!".
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se
maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro: "Si éste es un
efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a
nosotros, esta aventura debe consolarnos". Inmediatamente se despidieron
de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio,
mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después ordenó
a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche
arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba
que la matasen. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces
de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban. En la ciudad no
había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este
cabalgador.
En esta situación el rey mandó al visir que,
como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo
encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de
miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura,
que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza
exquisita.
La mayor se llamaba Schehrazada[7], y el
nombre de la menor era Doniazada[8]. La mayor, Schehrazada, había leído los
libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los
pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a
los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y
era muy elocuente y daba gusto oírla. Al ver a su padre, le habló así:
"¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres
y aflicciones? Sabe, padre, que el poeta dice: "oh tú, que te
apenas, consuélate. Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se
olvida".
[7] Schehrazada o Sherezade: "hija de la
ciudad". [8] Doniazada:
"hija del mundo".
Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su
hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin, concerniente al rey.
Entonces le dijo Schehrazada: "Por Alah, padre, cásame con el rey, porque
si no me mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemini (musulmanes)
y podré salvarlas de entre las manos del rey". Entonces el visir contestó:
"Por Alah sobre ti, no te expongas nunca a tal peligro". Pero
Schehrazada repuso: "Es imprescindible que así lo haga". Entonces le
dijo su padre: Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el
labrador.
Escucha su historia:
FÁBULAS DEL ASNO, EL BUEY Y EL
LABRADOR
Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante
dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah,
el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales
y el canto de los pájaros. Habitaba este comerciante en un país fértil, a
orillas de un río. En su morada había un asno y un buey. Cierto día llegó el
buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el
pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado,
descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por
asunto urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó
que el buey decía al pollino: "Come a gusto y que te sea sano, de provecho
y de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansado, después de comer
cebada! Si el amo te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En
cambio, yo me reviento arando y con el trabajo del molino". El asno le
aconsejó: "Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te
menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y
si entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete
enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de
la fatiga del trabajo". Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo
lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer
muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo.
Entonces el amo dijo al mayoral: "Coge al asno y que are todo el día en
lugar del buey". Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar
todo el día.
Al anochecer, cuando el asno regresó al
establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían
proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba
muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando también
durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de fatiga.
El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de
alabanzas. El asno le dijo: "Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo
me ha perjudicado el hacer beneficio a los demás". Y en seguida añadió:
"Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te
entregarán al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con
tu piel. Te lo digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese
algo". El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dio las gracias
nuevamente, y le dijo: "Mañana reanudaré mi trabajo". Y se puso a
comer, se tragó todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su lengua. Pero
el amo les había oído hablar.
En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el
establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la puerta. Vino el mayoral y
sacó al buey, que en cuanto vio a su amo empezó a menear la cola, a ventosear
ruidosamente y a galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces
le entró tal risa al comerciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le
preguntó: "¿De qué te ríes?". Y él dijo: "De una cosa que he
visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida". La
mujer insistió: "Pues has de contármela, aunque te cueste morir". Y
él dijo: "Me callo, porque temo a la muerte". Ella repuso:
"Entonces es que te ríes de mí".
Y desde aquel día no dejó de hostigarle
tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad. Entonces el comerciante
mandó llamar a sus hijos, y así como al kadí[9] y a unos testigos.
Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su
esposa entrañablemente porque era la hija de su tío paterno[10],
madre de sus hijos y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo
llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio
y refirió a todos lo ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el
secreto.
[9] Kadí: juez. [10] "Hija de su tío": su esposa.
Entonces toda la gente dijo a la mujer:
"Por Alah sobre ti, que no te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu
marido, el padre de tus hijos". Pero ella replicó: "Aunque le cueste
la vida no le dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto". Entonces
ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al
estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a
revelar su secreto y morir.
Pero había un gallo lleno de vigor, capaz de
dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallábase un perro. Y el
comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: "¿No te
avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro amo?". Y el gallo
preguntó: "¿Por qué causa va a morir?". Entonces el perro contó toda
la historia, y el gallo repuso: "Por Alah, que poco talento tiene nuestro
amo. Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente,
regañando a unas y contentando a otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe
entenderse con ella! El medio es bien sencillo: bastaría con cortar unas
cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta que
sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas".
Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su
razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.
El visir interrumpió aquí su relato para decir
a su hija Schehrazada: "Acaso el rey haga contigo lo que el comerciante
con su mujer". Y Schehrazada preguntó: "¿Pero qué hizo?".
Entonces el visir prosiguió de este modo: Entró el comerciante llevando ocultas
las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó aparte a su esposa:
"Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto". La mujer le
siguió; el comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirla varazos hasta
que ella acabó por decir: "¡Me arrepiento, me arrepiento!". Y besaba
las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron
entonces, y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los
parientes. Y todos vivieron muy felices hasta la muerte.
Dijo. Y cuando Schehrazada, hija del visir,
hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: "Padre, de todos
modos quiero que hagas lo que te he pedido". Entonces el visir, sin
replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar
la nueva al rey Schahriar.
Mientras tanto, Schehrazada decía a su hermana
Doniazada: "Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que llegues
y veas que el rey ha terminado su cosa conmigo, me dirás: Hermana, cuenta
alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche. Entonces yo narraré
cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de
los musulmanes". Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella
hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver a Schehrazada, y
preguntó a su padre: "¿Es ésta lo que yo necesito?". Y el visir dijo
respetuosamente: "Sí, lo es". Pero cuando el rey quiso acercarse a la
joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: "¿Qué te pasa?". Ella
contestó "oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera
despedirme". El rey mandó buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a
Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho. Entonces el rey se
levantó, y cogiendo a Schehrazada, le arrebató la virginidad. Después empezaron
a conversar.
Doniazada dijo entonces a Schehrazada:
"Hermana, por Alah sobre ti, cuéntanos una historia que nos haga pasar la
noche". Y Schehrazada contestó: "De buena gana, y como un debido homenaje,
si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas
maneras". El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se
prestó de buen grado a escuchar la narración de Schehrazada. Y Schehrazada,
aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:
NOCHE 1
Schehrazada dijo al rey, su señor: He llegado a
saber, oh rey afortunado, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de
numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países.
HISTORIA DEL MERCADER Y EL EFRIT
Un día montó a caballo y salió para ciertas
comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se
sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos
dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de pronto se
le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada, llegó hasta
el mercader y le dijo: "Levántate, para que yo te mate como has matado a
mi hijo".
El mercader repuso: "¿Pero cómo he matado
yo a tu hijo?". Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron
en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader:
"Considera, oh gran efrit, que no puedo mentir, siendo, como soy, un
creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en mi
casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno,
y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que
volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás de mí lo que quieras. Alah es
fiador de mis palabras".
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir
al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló sus asuntos, y dio a
cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que
le había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los
hijos. Después el mercader hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin
del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y tomando su sudario bajo
el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto.
Los suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta
que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el primer día del
año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un
jeique[11] se dirigió hacia él, llevando una gacela
encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo:
"¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los
efrits?".
[11] Jeique: anciano respetable.
Entonces le contó el mercader lo que le había
ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel sitio. Y el
jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: "Por Alah, oh
hermano, que tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa; que si se
escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería motivo de
reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente".
Después, sentándose a su lado, prosiguió:
"Por Alah, oh mi hermano, que no te dejaré hasta que veamos lo que te
ocurre con el efrit". Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él,
y hasta pudo ayudarle cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy
honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el dueño de la gacela, cuando
llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se
acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel
lugar frecuentado por los efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde
el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado, cuando un tercer jeique
se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la
paz y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le
contaron la historia desde el principio hasta el fin. Pero no es de ninguna
utilidad el repetirla. A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo
en el centro de aquella pradera. Descargó una tormenta, se disipó después el
polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y brotándole
chispas de los ojos.
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al
mercader: "Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío, que era
el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón". Entonces se echó a llorar
el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a
suspirar. Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar
ánimos, y besando la mano del efrit, le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los
efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te
maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este
mercader?". Y el efrit dijo: "Verdaderamente que sí, venerable
jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te
concederé el tercio de esa sangre".
CUENTO DEL PRIMER
JEIQUE
El primer jeique dijo: Sabe, oh gran efrit, que
esta gacela era la hija de mi tío[12] carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de
treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé
una concubina, que, gracias a Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que la
luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus
miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En
aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi
presencia un gran negocio de comercio.
[12] "Hija de mi tío": eufemismo por
el que suelen llamar los árabes a sus mujeres.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba
iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con
la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la
esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de
bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la
hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no
sabemos de él". Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la
aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios,
ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas, y me trajo la más
gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela. Remangado mi
brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio,
cuchillo en mano, cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba
lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para que la
sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues sólo
tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué
servía ya el arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: "Tráeme un
becerro bien gordo". Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vio, rompió la cuerda, se
me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué lamentos!, ¡con qué
lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: "Tráeme otra
vaca, y deja con vida a este ternero".
En este punto de su narración, vio Schehrazada
que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso.
Entonces su hermana Doniazada le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y
cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!". Schehrazada contestó:
"Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si
vivo y el rey quiere conservarme". Y el rey dijo para sí: "Por Alah,
que no la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia".
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la
noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su tribunal. Y vio llegar al
visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual
creía muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando
justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que
acabó el día. Y el visir se fue perplejo en el colmo del asombro, al saber que
su hija vivía. Cuando hubo terminado el diwán[13], el rey Schahriar volvió
a su palacio.
[13] Diwan: Sesión de Justicia, o sala de la misma.
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