"Ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez
(Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“… por eso, sed sagaces como serpientes y
sencillos como palomas”.
La primera lectura de hoy nos presenta el
cántico que sirve de conclusión al libro de Oseas (14,2-10); un último intento
de Dios-Madre para que su hijo, el pueblo de Israel, regrese a su regazo.
Inclusive pone en boca del pueblo las palabras que debe decir para ganar Su
favor, asegurándoles que curará sus extravíos, que los amará sin que lo
merezcan, como solo una madre puede hacerlo.
La historia nos revela que el pueblo no hizo
caso y continuó su camino de pecado que le apartó más de Dios, hasta que se
hizo realidad la sentencia contenida en el versículo inmediatamente anterior a
la lectura de hoy (14,1): “Samaria recibirá su castigo por haberse rebelado
contra Yahvé: sus habitantes serán acuchillados, sus niños serán pisoteados y
les abrirán el vientre a sus mujeres embarazadas”. Las diez tribus que
componían el reino de Israel fueron cautivadas y deportadas a Nínive,
finalizando así el Reino de Israel en el año 722 a.C.
El salmo (Sal 50), por su parte, nos remite una
vez más al amor maternal de Dios: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por
tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi
pecado”. El salmista está arrepentido de su pecado y apela al amor, a la
misericordia de Dios.
Y decimos que el salmista apela al amor
maternal porque la palabra hebrea utilizada para lo que se traduce como
“misericordia”, es rah mîn, que se deriva del vocablo rehem que significa la matriz, el útero materno. Con esto se enfatiza que
el amor de Dios es comparable al que solo una madre es capaz de sentir por el
hijo de sus entrañas.
En el evangelio (Mt 10,16-23), Jesús continúa
sus instrucciones a los apóstoles antes de partir en misión. Les advierte que
su misión no va a ser fácil (Cfr. Lc 2,34). Les dice que los envía “como ovejas entre lobos” y reitera la
importancia de la perseverancia: “Todos os odiarán por mi nombre; el que
persevere hasta el final se salvará”.
Jesús nos está recordando que la grandeza del
Reino de Dios se revela en la debilidad de sus mensajeros. Más tarde Pablo nos
dirá que la fortaleza de Dios encuentra su cumplimiento en la debilidad (2 Cor
12,9). Por otro lado, Jesús nos advierte que debemos mantener los ojos bien
abiertos, que no debemos exponernos innecesariamente, que debemos ser cautos,
“sagaces como serpientes”; pero conservando la candidez, la simplicidad,
presentándonos sin dobleces, sin segundas intenciones, “sencillos como
palomas”, para que nuestro mensaje tenga credibilidad.
A veces la persecución, la zancadilla viene de
adentro, de los “nuestros”: “Los hermanos entregarán a sus hermanos para que
los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y
los matarán…” (Mt 10,21). Jesús nos sugiere una sola solución: perseverar,
aguantar, poner nuestra confianza en Él, que ha de venir en nuestro auxilio,
pondrá palabras en nuestra boca, nos “librará del lazo del cazador y el azote
de la desgracia”, nos “cubrirá con su plumas”, y “hallaremos refugio bajo sus
alas” (Sal 90).
Pidamos a nuestro Señor el don de la
perseverancia para continuar nuestra misión de anunciar la Buena Noticia.
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