"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN
PARA EL JUEVES DE LA DÉCIMO CUARTA SEMANA DEL T.O. (2)
“…con correas de amor lo atraía; … me inclinaba
y le daba de comer”.
Hay un tema que a mí siempre me ha fascinado:
El “rostro femenino” de Dios. Y la primera lectura de hoy (Os 11,1-4.8c-9) es
un ejemplo vivo de ello. Cuando la leemos con detenimiento, podemos ver la
ternura de una madre que “enseña a andar” a su hijo, que lo “alza en brazos”,
lo cura, lo atrae “con cuerdas de amor” y, finalmente, con el gesto más
maternal del mundo, “se inclina” para “darle de comer”, evocando la madre que
se inclina para darle el pecho a su hijo. Todos símbolos del amor del que solo
una madre es capaz de sentir por el hijo de sus entrañas.
Ese es el amor que Dios siente por su pueblo,
por cada uno de nosotros, los que conformamos el “pueblo de Dios”, que es su
Iglesia. Por eso, a pesar de que el pueblo ha ignorado su llamado, termina
diciendo: “Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé
al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no
hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta”.
En la segunda lectura (Mt 10,7-15) retomamos el
“discurso misionero”, y Jesús continúa dando las “instrucciones” a sus
apóstoles; instrucciones que servirán de ejemplo a las órdenes religiosas,
sobre todo las llamadas “órdenes mendicantes”, y los misioneros; la verdadera
“pobreza evangélica”, que no es otra cosa que lanzarse a la aventura de Cristo
confiando plenamente en la providencia divina. “No llevéis en la faja oro,
plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto,
ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento”. En el paralelo de
Marcos vemos que le permite llevar un bastón y sandalias (lógico para el clima
y la topografía), pero la intención es la misma, llevar lo mínimo. El Señor que
los envía proveerá.
Jesús es bien enfático en otro asunto. Les
envía a proclamar su mensaje y continuar su obra, pero les advierte que si
alguien no los recibe o no los escucha, salgan de esa casa o ese pueblo y se
“sacudan el polvo de los pies”. Ese gesto de “sacudirse el polvo de los pies”
tiene un significado en la cultura judía de la época de Jesús (recordemos que
Jesús los envió inicialmente a evangelizar a los judíos). Al regresar de un
país pagano y entrar en Palestina, los judíos tenían por costumbre sacudirse
las sandalias y la ropa antes de entrar, para no contaminar su tierra con el
polvo de los países extranjeros. Los apóstoles, si no eran recibidos ni
escuchados, debían hacer lo mismo para indicar que no querían contaminarse ni
siquiera con el polvo de estos judíos que en el fondo eran paganos.
Está claro que Jesús no quiere “obligar” a
nadie a aceptar su mensaje. Él respeta nuestro libre albedrío. Nos lleva hasta
el agua, pero no nos obliga a beber. Hemos vivido en carne propia la
incomodidad de aquellos que con su insistencia desmedida que a veces raya en el
hostigamiento, pretenden imponernos sus ideas religiosas hasta el punto de
quitarnos la paz.
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