"Ventana abierta"
De la
mano de María
Héctor L.
Márquez (Conferencista católico)
“Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”.
La lectura evangélica que nos propone la
liturgia para este decimocuarto domingo del tiempo ordinario es la misma que
leímos recientemente para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (Mt 1,25-30). En
nuestra reflexión para ese día centramos nuestra atención en el versículo 28:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
Las lecturas de hoy, sin embargo, nos hacen
resaltar los versículos 25 y 29: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”; y “Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis vuestro descanso”.
Ambos versículos son un eco de las primeras dos
bienaventuranzas (Mt 5,3-4): “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de
ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos
poseerán en herencia la tierra”. La pobreza de espíritu, que es del desapego de
las cosas materiales, nos lleva a la mansedumbre, a la humildad, a no creernos
superiores a los demás, a depender de la Providencia Divina. Solo entonces
podremos abrir nuestros corazones al Espíritu Santo, que es el Amor que se profesan
el Padre y el Hijo que se derrama sobre nosotros.
En la segunda lectura (Rm 8,9.11-13) san Pablo
nos dice: “Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el
Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no
es de Cristo. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos
habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita
en vosotros”. Por eso puede proclamar: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en
mí” (Gál 2, 20).
La primera lectura (Zc 9,9-10) nos presenta la
figura del futuro Mesías entrando a Jerusalén, no como los reyes terrenales,
que llegaban llenos de gloria y poder político y militar, al son de trompetas y
acompañados de ejércitos, sino “modesto y cabalgando en un asno, en un pollino
de borrica”. A pesar de esta, y tantas otras profecías, cuando llegó, los suyos
no lo reconocieron (Cfr. Jn 1,11).
El pueblo judío, cansado y agobiado de ser
presa de cuatro imperios (babilónico, persa, griego y romano) durante cuatro
siglos, esperaba un libertador político, un rey guerrero que les devolviera su
independencia. Pero Jesús vino a traerles una libertad mayor; la libertad del
pecado y la muerte. Y para enfatizar su mensaje, optó por hacerlo desde la
pobreza. Nació pobre, teniendo por cuna un pesebre, vivió su vida en la
pobreza, en ocasiones sin tener dónde recostar la cabeza (Cfr. Mt 8,20),
y murió teniendo como su única posesión su ropa y una túnica que se echaron a
la suerte entre los soldados (Mt 25,35).
Cristo nos muestra el camino al Padre:
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso”. Cfr. Sal 22,2.
Bendecido fin de semana a todos.
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