"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
LO EXTRAORDINARIO COMO ALGO HABITUAL
Isabel Orellana Vilches
Isabel Orellana Vilches
Nada dura para siempre, y es frecuente que lo que un
día fue extraordinario se convierta en lo normal. Hubo quienes en esta España
—que un día sumida por el zarpazo de la miseria tenía en la mesa la imagen
cotidiana de la escasez—-, acogían con alborozo, cuando el país iba saliendo
del pozo, la apetitosa ave que se convirtió en la estrella de la celebración
dominical: el pollo. Sí, tal cual. Lo que hace décadas era lo excepcional
(cuando un concepto equivocado de ecología aún no había hecho acto de presencia
y a nadie se le ocurría darle un estatus cuasi humano a un animalito, aparte de
que la gran mayoría tuvo a la mano otras posibilidades), esa especie de corral
que alegraba el fin de semana venía siendo, o ha sido hasta hace poco, un
bocado sin importancia. Nada que ver con lo atípico, eso que pocas veces
sucede, con lo que ello conlleva de gratitud y gozo, como sucedía antaño.
Ahora, por desgracia, en esta época de pandemia, muchas personas que apenas
tienen algo que llevarse a la boca agradecerían esta vianda tan versátil como
suculenta.
Cuando hace unos meses veíamos imágenes de un lejano
país cuya población amanecía envuelta entre mascarillas no podíamos imaginar
que ese «velo» que cubría el rostro de otros congéneres se convertiría también
para nosotros en un imprescindible atuendo. Ya es ordinaria la escena que se
multiplica en todos los espacios, con pocas y notorias excepciones: calles,
establecimientos, lugares de culto y esparcimiento… Ahora sorprende que alguien
vaya a descubierto, y es inevitable que aparezca el alguacil que muchos llevan
dentro poniendo bajo sospecha a quien incumple la norma. Hay que hacer un
esfuerzo para pensar que a lo mejor tiene razones justificadas para ello…
Son ejemplos que encierran carencias, están unidos a
penalidades… Pero, a veces, que lo extraordinario se convierta en ordinario es
maravilloso. Sucede cuando se rompe lo escrito por la ley porque otra superior
lo indica. En el plano espiritual, que es al que voy a referirme porque tiene
esa supremacía, está muy claro. Recordemos el pasaje evangélico (Mateo 15:
1-9). Lo habitual era que los judíos se lavasen las manos antes de comer, pero
los discípulos no lo hicieron. A ciertos escribas y fariseos, que tenían su
propia vara de medir y esperaban sorprender en los demás aunque fuera una
brizna teñida de equívoco, de tropiezo, por más que no viesen la tremenda viga
que soportaban, les faltó tiempo para mostrar su juicio reprobatorio. Aunque
Jesús les respondió denunciando su censurable comportamiento, estando lejos de
admitirlo, la realidad es que no entendieron que los discípulos habían dejado
atrás lo ordinario (la ley) y vivían sumidos en lo extraordinario (el amor).
Al final cada uno de nosotros tenemos la potestad de
elegir como camino lo más sublime, esa gracia que nos sale al encuentro
superando con creces lo que hemos conocido y hacer que lo excepcional sea la
permanente carta de naturaleza de nuestra vida. Quedémonos con este proverbio
de Fernando Rielo: «No te acerques al prójimo/ con la rutina de siempre. /
Sorpréndelo. /Verás cómo entrega ojos dichosos / y, luego, lejos de ti…/
recitará tu nombre».
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