"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
La acción del
Espíritu ocupa un lugar destacado en la Historia de la Salvación. Antes de los
tiempos, el Espíritu unge a Jesús como Mesías, profeta, sacerdote e hijo
bienamado del Padre. En la Encarnación, el Espíritu inunda a María y el Verbo
toma carne en sus purísimas entrañas. En los inicios del ministerio público de
Jesús, el Espíritu le lleva al desierto, se manifiesta en su bautismo y habla
por Él en la sinagoga de Nazareth. En los instantes supremos de la vida de
Jesús, la acción del Espíritu hace perfecta y agradable al Padre su obra
redentora; y en Pentecostés, verdadera eclosión del Espíritu sobre la primera
comunidad de Jerusalén, se manifiesta en todo su esplendor.
Es lógico, pues, que
en la Iglesia invoquemos al Espíritu al comenzar toda obra buena y, muy
especialmente, en la confección y administración de los sacramentos. Gracias a
su acción, los pobres elementos humanos que constituyen la materia de los
sacramentos, se convierten en signos eficaces de gracia.
En Pentecostés, como
rezamos cada día en el himno de Tercia, “rompe el Espíritu el techo de la tierra y una lengua de fuego
innumerable purifica, renueva, enciende y alegra las entrañas del mundo”. Cristo
resucitado nos envía en Pentecostés el Espíritu Santo y nos regala la gracia
salvadora merecida en su Misterio Pascual.
Desde entonces, el
Espíritu es el alma de la Iglesia porque la unifica, dinamiza y vivifica. Él es
también el corazón de la vida de cada cristiano, hasta el punto de que no
podemos decir “Jesús es el Señor, si no es
bajo la acción del Espíritu Santo”. Él es quien deposita
en nuestras almas el amor y el anhelo de santidad y es el motor de nuestra
fidelidad.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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