"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla"
Isabel Orellana Vilches
GRAMÁTICA DEL AMOR. CERCO A LA RUTINA
Es el aplauso espontáneo pregonero de humanas
bondades que esparce desde los balcones la esperanza. Las cinco de la tarde
lorquiana ha cedido su protagonismo, y no solo literario, a esas ocho de un
decadente atardecer que dibuja en el horizonte luces y sombras. Es un momento
que la memoria no olvida. El esparcimiento solidario que nadie quiere perderse,
el rostro amable de una impuesta costumbre que ninguno adoptaríamos para
siempre.
Pero la fidelidad cuando menos se piensa se
quiebra dando paso a la rutina. Con ella llega el hastío, la intemperancia, el
afán cuasi irreprimible de cambio… Es entonces cuando en estos tiempos de
pandemia el miedo halla su mejor caldo de cultivo y decaen los nobles afanes. Y
así, donde antes se jaleó la generosa donación de quienes luchan contra el
invisible enemigo hallándose en la primera línea de fuego, dicho en términos
militares, de repente surgen los recelos y desaparece la gratitud por quienes
sin querer ser héroes al estar dando su vida en los hospitales ya han sido
socialmente encumbrados como tales.
El afán de preservar la salud y la existencia,
algo tan comprensible por otra parte, cuando erige muros y propone el destierro
de profesionales tratándoles de forma hostil a efecto de que abandonen hasta su
legítima morada, como algunos pocos están pretendiendo, parece una mueca agría
y deforme que solo despierta antipatías y temores. Un hecho detestable que
también debe hacernos pensar. Porque la fragilidad tiene una doble vertiente.
Por un lado muestra la indigencia, la necesidad del otro, el reconocimiento de
que sin él no vamos a ninguna parte. Pero, por otro, si se alía con el pánico
puede hacer que brote del interior un torrente de despropósitos; es el rostro
de una autodefensa que lucha para sobrevivir a costa de lo que sea, y a eso
también hay que temerle.
El aplauso no puede ser solamente un gesto,
entrar en el ámbito de lo banal, convertirse en un hecho rutinario, la
explosión de una catarsis colectiva… Tiene que venir asentado en profundas
convicciones al menos de un elemental sentido humanitario, presidido por el
respeto y la verdadera gratitud. Aquí solo hay un adversario que todos tenemos:
el coronavirus. Por lo demás, el amor tiene su gramática, y en su vocabulario
jamás entran las fronteras. De su mano se aprenden a conjugar los verbos que a
quienes tenemos fe, Cristo, el Maestro por antonomasia, nos ha enseñado.
Virtudes que nos hacen mejores, que edifican y engrandecen. Entre otras, la
paciencia, que es la que todos precisamos en estos momentos.
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