Tú
eres la vieja Rebeca,
la divina coladera,
la que cuela al pecador
por una puerta trasera.
Una madre no condena,
ni deja que se condene
un hijo, sea como sea.
Lo más creativo… ¡el amor!
Por eso tanta artimaña,
-¡qué bien que se las apaña!-
para convertir el agua,
convertir al pecador.
¡Qué madre, pero qué madre!
¡Qué lista, madre, qué lista!,
que te camelas al Padre,
te haces dueña de las llaves
y el Paraíso administras.
“María, hija, qué has hecho”,
parece decirle el Padre
cuando ve los cielos llenos
de gentes indeseables.
Y ella baja la cabeza,
como la plasma la imagen,
cual si tuviera vergüenza
por un hecho condenable.
Tras la dulce reprimenda,
parece que se arrepiente,
pero igual hace más tarde.
Nadie puede ya con ella,
nadie en absoluto, nadie.
Al único que obedece
es al corazón de madre.
“Si es que este es hijo mío,
un día me rezó una salve.
Si es que este es hijo mío,
cayó en las redes del aire,
del aire infecto y malsano,
que respiró siendo infante.
Si es que este es hijo mío,
a quien nunca dijo nadie
que soy su madre y lo quiero,
pase siempre lo que pase.
Si es que este es hijo mío,
que se perdió por la calle,
no tuvo familia unida,
y mendigó siempre en balde
las migajas de cariño,
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