"Ventana abierta"
V Domingo de Cuaresma, ciclo B
(2018)
“Queremos ver a
Jesús”. Estas palabras, como dice el Papa, dejan ver un deseo presente en el
corazón de muchas personas que han oído hablar de Cristo, pero no lo han
encontrado aún [1]. También expresan nuestro anhelo: ver a Jesús, unirnos a él y
vivir como enseña. Porque en lo más profundo de nosotros sabemos que sólo él
puede liberarnos de la soledad, darle sentido a todo, y ofrecernos una vida por
siempre feliz.
Jesús responde a éste deseo
atrayéndonos hacia sí, dejándose levantar en la cruz, donde nos hace ver quién
es Dios y la grandeza de su amor por nosotros. Un amor sin límites y sin final.
Un amor que le ha llevado a hacerse uno de nosotros para rescatarnos del error
que cometimos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos las puertas del
mundo al mal y la muerte.
¿Cómo lo hace? Amando hasta
dar la vida. Jesús, como dice san Beda, se encarnó para que, muriendo,
resucitase multiplicando [2]. Porque resucitando, nos ha convocado en su
Iglesia, nos ha comunicado su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios, partícipes
de su vida por siempre feliz [3].
Por eso Jesús dice que ha
llegado la hora de que sea glorificado. La hora en que se cumple la alianza
nueva que el Creador ofreció: ser nuestro Dios y nosotros su pueblo [4]. La hora
en que nos hace ver lo mucho que nos ama y lo valiosos que somos para él. La
hora en que nos demuestra hasta dónde es capaz de llegar para salvarnos. La
hora en que nos invita a salir del egoísmo que nos condena a una soledad eterna
y seguirlo, amando a Dios y al prójimo, para que podamos estar donde él está:
con Dios.
Sin embargo, a veces amar es
difícil. Porque implica renunciar a muchas cosas que nos gustan y hacer otras
que no nos gustan; como ser comprensivos y pacientes, dedicar más tiempo a la
familia y menos a las propias diversiones, acomedirnos en casa, no entrarle al
bullying en la escuela o en el trabajo, ser justos, renunciar a hacer trampa o
a un negocio “chueco”, ayudar a los necesitados, perdonar y pedir perdón, hacer
el bien a los que no queremos y no nos quieren.
Jesús mismo reconoció que
tenía miedo al pensar en lo que tendría que soportar por amor. Pero no se echó
para atrás; confiando en Dios vio más allá de lo inmediato, puso sus ojos en la
meta, y siguió adelante. Y nosotros ¿Confiamos en Dios? ¿Le creemos cuando nos
enseña que el auténtico poder, capaz de darle sentido a todo, de construir una
familia y un mundo mejor y de alcanzarnos una felicidad sin final es el amor,
que es él mismo?
Siendo honestos, muchas veces
le hemos fallado. Pero, ¡ánimo! Siempre podemos pedirle que nos purifique de
nuestros pecados y nos dé su salvación [5], escuchando su Palabra, recibiendo
sus sacramentos, orando y comprometiéndonos a mejorar y a enseñar a los
descarriados sus caminos, dando ejemplo de fe, de esperanza, de comprensión, de
paciencia, de justicia, de solidaridad, de ayuda y de perdón.
Así, como buenos discípulos
misioneros suyos, amando a los que nos rodean, daremos respuesta al deseo de la
familia, de los amigos, de los compañeros de escuela o de trabajo, y de la
gente que nos pide, con palabras o en el silencio de su más profunda necesidad:
“Queremos ver a Jesús”.
+Eugenio
Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
Obispo de Matamoros
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