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sábado, 9 de junio de 2018

Día de Fiesta.

"Ventana abierta"


Día de Fiesta


Marisa era una nena tan simpática y encantadora que tenía un sinfín de amigos. Como Marisa tenía siempre la sonrisa a flor de labios, era raro el día que no recibía la visita de alguno de sus muchos amigos.

Así fue como una tarde fueron a saludarla el Osito Peluchín y el Pollito Pío-Pi, a quienes Marisa invitó enseguida a entrar en su casa y quedarse a merendar.


Acompañada por sus alegres amiguitos, Marisa fue a la cocina y empezó a preparar una suculenta merienda.

El Osito Peluchín se hizo cargo de batir los huevos mientras que Marisa preparaba la masa de las rosquillas. Entretanto, y para no estar sin hacer nada, el Pollito Pío-Pi, se encargó de preparar la mesa y de poner en ella las tazas y los platos.


Cuando las rosquillas estuvieron hechas, muy doraditas y crujientes, Marisa hizo un chocolate espeso y dulzón, cuyo olor bastó para que el Osito Peluchín se relamiese de gusto.

Luego, los tres se sentaron a la mesa y muy felices y contentos se pusieron a merendar. Comieron con tanto apetito que no dejaron ni una sola de las rosquillas que llenaban la fuente.


Apenas habían terminado de merendar cuando llegó el alegre Monete, con un tocadiscos bajo el brazo. Sólo faltaba un poco de música para que la fiesta fuese completa y allí la tenían ya gracias a Monete, que enseñó a Pío-Pi cómo funcionaba el aparato y cómo se cambiaban los discos y así la complaciente Marisa pudo enseñar a bailar al Osito Peluchín.


Monete tenía muchas ganas de divertirse y bailó también con Marisa, pero como sólo podían formar una pareja paró el tocadiscos y propuso a los demás que saliesen al jardín donde se divertirían mucho más.

Marisa y sus amigos aplaudieron la idea de Monete y, tomados de las manos, salieron de la casa para jugar a la gallinita ciega, a prendas y a brincar y parar.


Marisa sacó de su garaje el tren de juguete que le habían regalado sus papás el día de su cumpleaños y, mientras ella hacía de pasajera, el Osito Peluchín se rió mucho al hacer de conductor, yendo hacia la estación donde Monete estaba de jefe y donde esperaba Pío-Pí con una flor para ofrecérsela a la viajera cuando llegase y bajara al andén.

Todavía jugaron mucho más, gracias a la inventiva de Monete, hasta que, viendo que empezaba a oscurecer y como no querían que se preocupasen sus papás, suspendieron los juegos y se pusieron a recoger todas las cosas para dejarlas en su sitio.

Luego los tres amigos ayudaron a Marisa a lavar las tazas y platos, sucios de chocolate, y sólo después de terminar se despidieron de su amiguita, asegurándole que no tardarían mucho en volver.


El Osito Peluchín y el Pollito Pío-Pi dejaron a Monete en su casita y luego marcharon a la de ellos, acostándose enseguida porque estaban cansados de tanto jugar.

Y luego, mientras el sueño cerraba sus ojitos, tanto Peluchín como Pío-Pi pensaron en lo divertido que sería pasar con la alegre Marisa otro día de fiesta tan feliz como aquél.



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