"ventana abierta"
Orar y trabajar por la unidad
Mons. Enrique Benavent
Cada año, del 18 al 25 de enero, las
iglesias y comunidades cristianas de todo el mundo nos unimos para celebrar
el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Al pedir a
Dios el don de la unidad, no hacemos otra cosa que unirnos a la oración
que Cristo le dirigió al Padre en la última Cena y hacerla nuestra:
"Te pido, Padre, que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí
y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo
creerá que tú me has enviado" (Jn 17, 21).
Esta oración común es un signo de humildad por nuestra parte. Estamos
re conociendo que no somos plenamente fieles a lo que Cristo quiso
que fuera su Iglesia, y que la división, que tiene su origen en nuestros
pecados, es un antisigno porque dificulta la fe en Cristo y la unión
de todos los hombres entre sí. Pero también es un gesto con el que estamos
diciendo al mundo que, a pesar de las divisiones existentes entre nosotros
y las dificultades concretas y reales para alcanzar la unidad, los
cristianos queremos ser obedientes a la voluntad del Señor, que quiere
que, en medio de un mundo en el que hay tantos enfrentamientos y rupturas
entre las personas y los pueblos, la Iglesia sea, en palabras de san
Agustín, “mundo reconciliado”. Por ello, este deseo de Cristo no se podrá
realizar plenamente mientras haya separaciones entre quienes creemos
en Él. Cuanto más unidos estemos, más eficaz será la misión de la Iglesia,
que consiste en trabajar para que toda la familia humana llegue a ser
una única familia de los hijos de Dios.
Si miramos lo que nos falta para alcanzar
la unidad, tal vez nos podemos desanimar: tenemos la sensación de que
el camino recorrido hasta hoy por el movimiento ecuménico ha conseguido
pocos resultados. En cambio, teniendo una perspectiva histórica amplia,
descubrimos que las relaciones entre las grandes confesiones cristianas
han mejorado mucho y que, poco a poco, se van superando muchos prejuicios.
Por ello, no podemos dejar de preguntarnos qué es lo que podemos seguir
haciendo para avanzar en el camino hacia la unidad.
En primer lugar hemos de orar. La oración
no es manifestación de la impotencia humana para alcanzar un objetivo.
Es el reconocimiento de que todo don viene de lo alto: también el logro
consumado de que la unidad de la Iglesia solo puede venir de Dios y no
puede ser obra nuestra. La oración es un gesto de humildad. Esa humildad
la vivió Cristo cuando oró pidiendo al Padre el don de la unidad.
Pero no olvidemos que la unidad no
se alcanzará sin nosotros. Por ello hemos de trabajar también esforzándonos
por avanzar en el camino de la santidad por la unión con Dios; estableciendo
relaciones fraternas con los cristianos de otras iglesias que conozcamos;
y profundizando en el conocimiento de la fe y en el porqué de las verdades
cristianas. Esto no dificulta, sino que ayuda en el dialogo entre las iglesias.
Con mi bendición y afecto.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa
Obispo de Tortosa
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