"Ventana abierta"
Flamencos en la cuaresma
Lucas 9, 28-36
P. César Buitrago
Estamos avanzando en el camino cuaresmal.
Y en este segundo domingo de cuaresma somos invitados a contemplar la verdadera
belleza, la belleza que no termina. Y justamente pensando en esa belleza, se me
viene a la mente el recuerdo de aquella ave hermosa que contemplaba con asombro
en uno de mis viajes.
Son “aves rosas”, de patas bastantes finas y de
cuello largo, conocidas como los “Flamencos rosa”. Con la curiosidad que me
generó esa ave, me puse a leer un poco más sobre ella y descubrí que no son
siempre de ese color tan hermoso. Los tres primeros años son de un color
triste, color gris, opaco. Pero de a poco se van transfigurando hasta que se
convierten en esos pájaros maravillosos y grandes, que en lo personal me llamó
tanto la atención.
¿Por qué se da en ellos esa
transfiguración? Su transfiguración se debe a la alimentación. Los flamencos se
alimentan de algas y gambas. ¡La comida con que se alimentan es lo que les hace
cambiar de look!
En el Evangelio de este
domingo nos habla de la Transfiguración del Señor. Nos cuenta que su aspecto
cambió, que se vio una gran luz, que Él, quedó resplandeciente,
resplandeciente. Es un Evangelio que a la primera parece molesto, porque nos
habla de una gloria que no hemos contemplado, de una transfiguración de la cual
todavía no tenemos experiencia, o si la tenemos es muy poca. Sí conocemos la
transformación que va sufriendo nuestra cara, (las arrugas que van
apareciendo). Pareciera que hasta nuestro espíritu se va arrugando en lugar de
rejuvenecer.
Y entonces, ¿por qué este
Evangelio en el camino de la cuaresma? Porque el Señor viene a decirnos que es
posible la verdadera transfiguración. La verdadera belleza se da en el corazón
del hombre y también está ligada a lo que en su vida va comiendo, con lo que se
va alimentando. Por eso, si queremos adquirir la hermosura del flamenco es
necesario que nos alimentemos más de la Palabra de Dios, más de la oración, de
sus sacramentos, de esos pequeños momentos de silencio en donde estamos cara a
cara con Él. Y recordemos: Dios nos quiere transformar. Quiere transformar
nuestros corazones, nuestras vidas. ¿Se lo permitiremos? Es que la verdadera
belleza no está en el rostro donde muchos la buscan, sino en el corazón, donde
pocos la encuentran.
Embellecer el corazón es
apostar por la belleza que no termina. Seguramente las arrugas seguirán
surcando la cara, pero podemos eliminar las arrugas del corazón que son las que
nos envejecen de verdad. En el Tabor, en el Monte de la Transfiguración, somos
todos invitados a dejarnos transfigurar y ser renovados en el encuentro con el
Señor.
En el Tabor, descubrimos las
verdadera belleza de ser hijos de Dios, nos daremos cuenta que valió la pena no
haberle dado cualquier alimento a nuestro espíritu y que, aunque la cuesta para
llegar al Tabor fue dura, más grata fue la experiencia de la cercanía del Dios
de la Resurrección. El Dios que nos revela la verdadera belleza de la vida en abundancia.
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