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domingo, 16 de marzo de 2014

Flamencos en la cuaresma

"Ventana abierta"

Flamencos en la cuaresma

Lucas 9, 28-36

 P. César Buitrago




Estamos avanzando en el camino cuaresmal. Y en este segundo domingo de cuaresma somos invitados a contemplar la verdadera belleza, la belleza que no termina. Y justamente pensando en esa belleza, se me viene a la mente el recuerdo de aquella ave hermosa que contemplaba con asombro en uno de mis viajes.

Son “aves rosas”, de patas bastantes finas y de cuello largo, conocidas como los “Flamencos rosa”. Con la curiosidad que me generó esa ave, me puse a leer un poco más sobre ella y descubrí que no son siempre de ese color tan hermoso. Los tres primeros años son de un color triste, color gris, opaco. Pero de a poco se van transfigurando hasta que se convierten en esos pájaros maravillosos y grandes, que en lo personal me llamó tanto la atención.

¿Por qué se da en ellos esa transfiguración? Su transfiguración se debe a la alimentación. Los flamencos se alimentan de algas y gambas. ¡La comida con que se alimentan es lo que les hace cambiar de look!




En el Evangelio de este domingo nos habla de la Transfiguración del Señor. Nos cuenta que su aspecto cambió, que se vio una gran luz, que Él, quedó resplandeciente, resplandeciente. Es un Evangelio que a la primera parece molesto, porque nos habla de una gloria que no hemos contemplado, de una transfiguración de la cual todavía no tenemos experiencia, o si la tenemos es muy poca. Sí conocemos la transformación que va sufriendo nuestra cara, (las arrugas que van apareciendo). Pareciera que hasta nuestro espíritu se va arrugando en lugar de rejuvenecer.

Y entonces, ¿por qué este Evangelio en el camino de la cuaresma? Porque el Señor viene a decirnos que es posible la verdadera transfiguración. La verdadera belleza se da en el corazón del hombre y también está ligada a lo que en su vida va comiendo, con lo que se va alimentando. Por eso, si queremos adquirir la hermosura del flamenco es necesario que nos alimentemos más de la Palabra de Dios, más de la oración, de sus sacramentos, de esos pequeños momentos de silencio en donde estamos cara a cara con Él. Y recordemos: Dios nos quiere transformar. Quiere transformar nuestros corazones, nuestras vidas. ¿Se lo permitiremos? Es que la verdadera belleza no está en el rostro donde muchos la buscan, sino en el corazón, donde pocos la encuentran.

Embellecer el corazón es apostar por la belleza que no termina. Seguramente las arrugas seguirán surcando la cara, pero podemos eliminar las arrugas del corazón que son las que nos envejecen de verdad. En el Tabor, en el Monte de la Transfiguración, somos todos invitados a dejarnos transfigurar y ser renovados en el encuentro con el Señor.

En el Tabor, descubrimos las verdadera belleza de ser hijos de Dios, nos daremos cuenta que valió la pena no haberle dado cualquier alimento a nuestro espíritu y que, aunque la cuesta para llegar al Tabor fue dura, más grata fue la experiencia de la cercanía del Dios de la Resurrección. El Dios que nos revela la verdadera belleza de la vida en abundancia.




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