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miércoles, 6 de abril de 2011

La mancha de tinta.

Dos niños estaban jugando y accidentalmente volcaron un tintero sobre la hermosa alfombra del despacho de su padre.
¡No se lo digas a mamá -gritó el más pequeño- mamá nos castigaría!


 El mayor pensó que era mejor decírselo.

¡No, tonto -continuó el hermano- cerremos la puerta y vámonos a jugar al jardín y no sabrá que hemos sido nosotros!

El mayor, siguiendo en su idea, fue lloroso a contarlo a su madre; la cual vino corriendo con los avíos de limpieza y logró limpiar la mancha.


¡Estoy muy contenta -les decía- de que me hayáis avisado, si no llegáis a decírmelo se habría secado la tinta y ya no hubiese habido remedio!

Es igualmente prudente confesar el pecado o la falta al prójimo pronto, antes de que sea más difícil o imposible por sus consecuencias.

 


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