Dos niños estaban jugando y accidentalmente volcaron un tintero sobre la hermosa alfombra del despacho de su padre.
¡No se lo digas a mamá -gritó el más pequeño- mamá nos castigaría!
El mayor pensó que era mejor decírselo.
¡No, tonto -continuó el hermano- cerremos la puerta y vámonos a jugar al jardín y no sabrá que hemos sido nosotros!
El mayor, siguiendo en su idea, fue lloroso a contarlo a su madre; la cual vino corriendo con los avíos de limpieza y logró limpiar la mancha.
¡Estoy muy contenta -les decía- de que me hayáis avisado, si no llegáis a decírmelo se habría secado la tinta y ya no hubiese habido remedio!
Es igualmente prudente confesar el pecado o la falta al prójimo pronto, antes de que sea más difícil o imposible por sus consecuencias.
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