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martes, 5 de abril de 2011





Hoy, como casi todos los domingos, tengo que predicar un retiro que empieza dentro de una hora y termina a las cinco de la tarde.

Ayer preparé las meditaciones, pero aún debo prepararme yo. Por eso madrugo un poco, me asomo al balcón para respirar el aire frío y seco de Madrid y, sobre todo, releo los textos litúrgicos de la Misa que voy a celebrar.

El Evangelio habla del perdón de los pecados; pero yo me he quedado en la primera lectura, en las palabras que Isaías pone en boca del Dios:

"Yo soy quien borra tus delitos por Mí mismo; no me acordaré de tus pecados..."

San Josemaría hablaba con asombro de un Dios que perdona. El Profeta nos explica ahora hasta donde llega su perdón: el Todopoderoso, por amor a los hombres, es capaz incluso de olvidar nuestros pecados. ¡Qué fantástica esa amnesia divina!

A más de uno me gustaría repetírselo:

—Dios te ha perdonado, ha limpiado tu alma, te ha dado una nueva vida e incluso ha olvidado tus miserias. ¿Por qué te atormentas tú al recordarlas? No trates de abrir esa puerta. El Señor, con su Gracia, la ha cerrado para siempre.





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