...Y sobre el cielo apareció la señal grande.
Una Mujer vestida de sol, la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas; la Santísima Virgen María la Madre de Dios, la figura de la Iglesia.
La Inmaculada Concepción es el gran misterio del bien.
La Santísima Virgen María desde el primer instante de su Concepción, Limpia, Pura, Santa, Inmaculada.
Si el hombre había pecado.
Si el hombre se había apartado de Dios.
Si el hombre había contraído un pecado de origen.
¡Pues para que sepamos cómo es nuestro Dios!
Pone delante de nuestro corazón, la imagen de la Santísima Virgen María, Pura, Santa, Inmaculada.
Dios no se iba a conformar con el pecado de sus hijos.
Dios no se iba a conformar ni dejar que triunfara el mal.
Y la Inmaculada Concepción de la Virgen María es esta señal:
Que Dios quiere el bien.
Que Dios quiere la justicia.
Que Dios quiere la redención.
Y envía a su Hijo nacido de una Mujer.
Sería el Redentor de los hombres.
Y el primer fruto de esta Redención, para su Madre, para la Santísima Virgen María.
Antes de que cayera, su Hijo había levantado ya a la Madre.
Las lecciones y las consecuencias de este misterio para nuestra vida de fe, son inmensas; pero también para nuestra vida de cada momento:
Que el Hijo sea el que redima a la Madre.
Que el Hijo sea el que trate de ayudar a los padres a construir la familia.
Que el Hijo sea el que con su comprensión, con su cariño, ayude a la felicidad de todos.
El misterio de la Inmaculada Concepción, es también el misterio de la esperanza grande.
Lo celebramos en Adviento, porque la Concepción Inmaculada de María, es la señal de que todos aquellos que reciben a Dios, de Dios recibirán también la bendición.
¡Bendita pues, Santa María, que tantas bendiciones nos ha traído, y bendito el fruto de su vientre, Jesús, el Redentor del mundo que hizo de su Sangre bendita, mérito para que su Madre pudiera ser Limpia de toda mancha!
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