"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
HE SIDO ENVIADO A PROCLAMAR EL REINO Y CURAR
38 Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella.
39 Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
40 Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
la ciudad entera estaba agolpada a la puerta.
41 Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
42 De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.
Simón y sus compañeros fueron en su busca;
al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.»
43 El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.»
44 E iba predicando por las sinagogas de Judea. (Lc. 4, 38-44)
Jesús ha sido enviado por el Padre a
la tierra para proclamar el amor de Dios, el Reino de Dios.
Pero este mandato topa siempre con la enfermedad o dolencia que cada uno
soporta en su ser y que le hace incapaz de acoger, en su pureza,
el Evangelio, su Palabra.
Por esto, curar y hablar de Dios a los
hombres, van siempre indisolublemente unidos. Y no digamos
cuando la salud se ve entorpecida por una posesión diabólica. Entonces,
el hombre camina, no sólo ciego y sordo al llamado
de Dios, sino con una personalidad doble: él y Satanás que
quieren habitar en nuestro corazón.
Jesús ha venido lo primero a expulsar
al Diablo de nuestra vida y a implantar en el corazón la gracia divina
que lo hace hijo de Dios y heredero de su gloria. Pues nada
manchado o impuro puede entrar en el Cielo, en
la Bienaventuranza. Así, la Palabra de Jesús es
con mucha frecuencia: “¡Sal de él!”. Y el hombre
queda limpio. ¡Cuántas veces nuestra fe floja nos hace arrastrar
dolencias que puestas en las manos de Dios, nos
devolverían la salud y una boca y un corazón que lo alabaría a
grandes voces!
La actividad de Jesús en
sus tres años de correrías por los pueblos de Palestina, fue
incansable, agotadora, hasta no tener tiempo para comer, ¡y tampoco para
orar, para hablar con su Padre-Dios! Muchas veces, Jesús se
escapaba de las muchedumbres, pero volvía a ellas con la
docilidad del Hijo que hace siempre la voluntad del Padre.
Y, ¿por qué esa necesidad de estar
a solas con Dios solo? No olvidemos
que Jesús era la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad y, su Misterio es amor eterno que circula entre
las Tres Divinas Personas. Jesús, como hombre, tenía una sed del
diálogo con Dios-Padre en un trato, movido por el Espíritu
Santo. Sí, amaba infinitamente a sus hermanos los hombres y más al verlos
caídos en desgracia, pero ¡más amaba a su Padre, la fuente
eterna de su Misericordia que, como un manantial, no dejaba de brotar para rociar
con su gracia a cada uno de los hombres y a todos! ¡Esta es la obra
redentora de Cristo, que no tendrá fin sino en el Día de su
aparición gloriosa!
La predicación de su Palabra es para este
tiempo en que su Iglesia se va construyendo en el amor. Pero, al
final, la predicación y
los Sacramentos desaparecerán, porque
entonces “Cristo será Todo en
todos”, y sólo quedará la alabanza y la adoración en una
eternidad gloriosa. Llegará al Día en
que Dios-Padre pondrá toda la creación y todas las cosas en las
manos de Cristo y todo quedará cristificado en una acción de gracias
eterna.
¡Señor, llámanos junto a Ti en este tiempo de prueba y protege nuestra vida para poder un día decir: ¡Amén! ¡Amén! ¡Qué así se haga en Dios!!
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