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domingo, 8 de junio de 2025

¿SABÍAS QUE… POR NUESTRA FORMA DE GOBIERNO FUIMOS PERSEGUIDOS A ESPADA? Domingo, 8 - Junio - 2025

"Ventana abierta"

DOMINICAS LERMA

¿SABÍAS QUE…

… POR NUESTRA FORMA DE GOBIERNO FUIMOS PERSEGUIDOS A ESPADA? 

Si es que no se puede esperar andar con novedades y no llevarse alguna sorpresa. Claro que el detalle de acabar a palos no entraba en los cálculos de Domingo ni de ninguno de los frailes, pero es que, cuando las cosas se ponen a complicarse, uno no sabe adónde pueden llegar.

Pero antes de entrar en tan turbulento asunto, ¡¡tenemos una grandísima noticia que celebrar!!

Como ya hemos comentado, al poco de llegar a Roma, Domingo tuvo el privilegio de estar con el Papa. Domingo iba muy preocupado no solo por conseguir alojamiento, sino también una bula de Honorio que defendiera a sus frailes. En efecto, cuando llegaban a una diócesis, muchos obispos tenían dudas de si eran católicos o herejes, así que, por aquello de curarse en salud, les expulsaban de su territorio. Sin miramientos ni contemplaciones.

Bueno, pues, a los poquísimos días del encuentro con Honorio III, exactamente el 11 de febrero de 1218, Domingo recibe la primera bula de recomendación. Este documento es súper importante, porque, por primera vez, de forma oficial, el Papa llama a Domingo y a sus compañeros con el nombre tan ansiado y, en adelante, definitivo de “Frailes de la Orden de Predicadores”. ¿Ves cómo hay que celebrarlo?

Bueno, yo ya estaba dispuesta a abrir el champán, pero nuestro querido amigo no quiso perder ni un minuto en celebraciones: raudo y veloz, pidió copias auténticas, con sello de plomo, para enviarlas sin tardanza a todos los lugares donde estaban dispersos sus frailes. ¡¡Este documento era muy importante, tenía que llegar cuanto antes!!

Y si aquello era un espaldarazo legislativo para toda la Orden, lo cierto es que, a nivel numérico, el asunto también iba viento en popa. El convento de San Sixto no dejaba de crecer, en cuanto al edificio y, especialmente, a la comunidad. Eran tantos los que llamaban a la puerta, que dicen los historiadores que los albañiles no daban abasto: “tan pronto como estaban listas las celdas, se ocupaban”. ¡Todos los días acudían nuevas vocaciones!

Los muchachos que iban entrando en la Orden eran de todo tipo y condición social… ¡¡y por aquí vino el problema!!

Sí, sí, porque las familias nobles no solían tener inconveniente en que sus hijos se consagraran al Señor. Aquello era una práctica a veces incluso gestionada por los mismos padres: el primogénito heredaba todos los bienes y, para que al segundo no le faltase el poder propio de su nobleza, le encaminaban a la vida religiosa.

Ahí está el punto: el poder. Los padres, al entregar a sus hijos a un monasterio, tenían más que apalabrado que su criaturita sería, pasados pocos años, abad o superior del monasterio en cuestión.

Pero con esta Orden nueva, las cosas eran diferentes. Los padres nobles, se echaban las manos a la cabeza al enterarse de que, entre esos frailes, ¡¡los superiores eran elegidos por votación democrática!!

No había posibilidad de fraude, ni de compraventa de títulos, ni nada. La nobleza de cuna no daba ni un ápice de ventaja: en la Orden, todos eran hermanos, todos eran iguales. La elección del superior dependía de una votación secreta, en la que el voto del hijo del panadero iba a contar lo mismo que el voto del hijo del señor conde. Y, como ustedes comprenderán, al señor conde aquello le parecía un insulto imperdonable.

Evidentemente, a los muchachos que llamaban a la puerta de San Sixto aquellas consideraciones les traían sin cuidado: ¡ellos lo que querían era amar a Cristo y llevar su Palabra a todo el mundo! Y, por más que sus padres tratasen de mostrarles sus posibilidades en otras Órdenes, los novicios seguían firmes en su decisión.

Algunos padres, entre ofendidos, molestos y preocupados, queriendo dar lo mejor a sus hijos, viendo que aquellos imberbes no pensaban rectificar, optaron por solucionar las cosas a su manera… a la manera medieval, quiero decir, siempre abierta a que las cosas se solucionasen a hierro y fuego…

A lo largo de la historia de nuestra Orden, varios novicios fueron secuestrados por sus propios familiares (el caso más sonado tendrá lugar unos cuantos años más tarde: nada menos que el famosísimo santo Tomás de Aquino). Aquellos nobles hombres salían a perseguir a los jóvenes por los caminos, montados a caballo y armados hasta los dientes, como si de la caza del jabalí se tratase. A pesar de todo, Domingo seguía enviando a los novicios a predicar a los pueblos y aldeas: ¡eran predicadores, no podían esconderse por el miedo! Eso sí, antes de que cruzasen la puerta, no se olvidaba nunca de darles una solemne bendición…

Y esa misma bendición fue la que escuchó, en aquella primavera, uno de los novicios de San Sixto, fray Enrique. Pertenecía a una familia romana de muy alto linaje, y que no estaba nada contenta con que su vástago hubiese renunciado a toda ambición. Pronto llegaron rumores al convento de que el padre y los tíos del joven habían prometido “tomar cartas en el asunto”.

Para evitar males mayores, Domingo decidió sacar a fray Enrique de Roma, acompañado de otros frailes.

Con todo sigilo organizaron la huída y, antes del amanecer, ya habían dejado atrás la ciudad. Ninguno de ellos se dio cuenta del espía que, agazapado, siguió un buen trecho a los frailes, hasta estar seguro de cuál era el camino que habían elegido.

La voz de alarma corrió como la pólvora en la casa paterna de fray Enrique. Los caballos fueron ensillados a toda prisa, mientras los hombres envainaban sus espadas. No se les escaparía la presa. A galope tendido, cruzaron las calles silenciosas de Roma.

A varios kilómetros de allí, sin saber que eran perseguidos, el grupo de frailes llegó al Tiber. Por aquella zona no había ningún puente, pero ellos necesitaban cruzar cuanto antes. Así pues, los frailes se arremangaron… ¡y a nadar se ha dicho! El río corría manso y tranquilo, por lo que no tardaron nada en llegar a la otra orilla.

Fue entonces cuando escucharon el relinchar nervioso de los caballos en plena carrera. Asustados, sabiendo que no tardarían en darles alcance, los frailes echaron a correr, tratando de aprovechar su ya escasa ventaja.

Cuando los caballeros llegaron al río, desmontaron de sus corceles, dispuestos a lanzarse al agua, pero… ¡aquello era imposible!

El río, tan tranquilo un instante antes, había crecido asombrosamente, y ahora bajaba furioso, turbulento, ¡¡hasta los caballos retrocedían asustados!!

Y aquellas aguas impetuosas ahogaron en un instante el orgullo y el valor de los jinetes, que pensaron que no tenían ganas de morir ahogados… y que lo mejor era volver a casa, y que Enrique hiciera con su vida lo que quisiera…

PARA ORAR

-¿Sabías que… a ti el río también te protege?
No el Tajo, ni el Ebro… ni siquiera el Arlanza, que es el río de nuestra villa de Lerma. ¡El río que nos defiende es mucho mayor y poderoso que estos!

En el relato de la Pasión, san Juan nos cuenta que un soldado atravesó el costado de Cristo, “y al punto salió sangre y agua” (Jn 19, 34). Es el momento en que la Iglesia nace del costado del Señor, de su Corazón, y nace por la sangre… y el agua. ¡¡Ahí tenemos el signo del bautismo!!

Pero no solo eso. Muchos años antes, el profeta Ezequiel había tenido una visión: un río que manaba “por el lado derecho del Templo” (Ez 47, 1). Sabemos que Cristo es el Nuevo Templo de la Nueva Alianza y… ¿dónde le hirió el soldado? ¡¡En el costado derecho!!

Pues bien, en aquella visión, Ezequiel nos cuenta que va caminando por la orilla del río y, en varios momentos, le hacen cruzar. La primera vez, le llega el agua por los tobillos. La segunda, por las rodillas. La tercera, el agua le alcanza hasta la cintura… y, la siguiente vez, confiesa que “era ya un torrente que no se podía vadear”.

Por el bautismo, has sido sumergido en este río de agua viva. Dios ha hecho una alianza de amor contigo, ha declarado que eres su hijo, ¡y te ha llamado con tu propio nombre! Este río de gracias, está llamado a crecer y crecer dentro de tu corazón, ¡¡hasta inundarte por completo!!

Con semejante “río” solo podemos exclamar con san Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31).

VIVE DE CRISTO

Pd: Con este capítulo damos por terminado el curso, ¡¡y nos despedimos hasta septiembre!!

Quiero aprovechar para darte las gracias por haberme acompañado todos estos meses, por haber vivido a mi lado las aventuras de santo Domingo, ¡por haber querido conocerle más a él y a Jesucristo! Espero que hayas disfrutado de estos peculiares relatos, te deseo un muy feliz verano, con muchos chapuzones en el agua (del río, de la piscina o del mar)… ¡¡y con muchos más chapuzones en el Agua viva del amor de Cristo!! ¡Nos vemos en septiembre!

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