"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
GLORIA A TI PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA A TI ESPÍRITU SANTO
12 Mucho tengo todavía
que deciros, pero ahora no podéis con ello.
13 Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por
su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.
14 El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. (Jn. 16, 12-15)
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima
Trinidad, el Misterio de los Misterios, el
que rompe todos nuestros esquemas mentales porque es
incomprensible a nuestra razón: Uno en Tres
y Tres en Uno. Y esto sin sufrir mengua ni división. Porque
el Padre es Uno, es el Creador de todo, hasta
el Creador del Cuerpo humano de Jesús, su
Hijo divino, el Único Hijo que tiene
el Padre y a quien en su Persona divina
engendró eternamente. Y este engendrar de Dios, desde siempre y para
siempre, lo podemos formular con términos de fe, pero no entenderlo.
La Segunda Persona de
la Trinidad es el Verbo de Dios, su Palabra
eterna, la Persona divina que se hizo Hombre sin dejar de
ser Dios y conservando la naturaleza humana y la divina en su
misma Persona. Ninguna de las dos naturalezas absorbió a la
otra anulándola, sino que en Jesús habitaba la voluntad
divina y la humana, sin mezclarse ni diluirse una en la otra. Así pudo
decir en el pórtico de su Pasión: “Padre, si es posible, aparta de
mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya… Pues
para esto he venido, para hacer tu voluntad”.
Estos Misterios que no han podido ser
desentrañados a lo largo de los siglos, han sido objeto de muchas
reflexiones teológicas y hasta de Concilios, que han ayudado a fijar
los términos para hacer avanzar con ellos la fe de la Iglesia.
Y la Tercera Persona divina es
el Espíritu Santo, revelación total de Jesús. De
Él nos ha dejado el Señor muchas cosas en
la Sagrada Escritura. Él es quien se cernía sobre
las aguas primordiales en el comienzo de la creación
de Dios. Él fue el que vivificó las cosas y las alumbró a
cada una según
sus especies. Así, el Padre, a cada acto
creador, repetía una y otra vez: “y vio Dios que todo era
bueno”. Mas, al crear al hombre, dijo: “¡y era muy bueno!”. El
poder y la gracia del Espíritu Santo ha estado siempre a lo largo de
toda la historia de la Salvación y de la Redención de
los hombres, por el Sacrificio de Jesús.
El Espíritu Santo, en la plenitud de
los tiempos, decretado por Dios, descendió en el seno de una doncella
nazarena y engendró en sus entrañas
a Jesús, el Hijo de Dios. De manera extraordinaria lo
hizo, como Dios que era, porque “para ÉI nada hay
imposible”. Y estuvo siempre con Jesús, porque
el Espíritu Santo era suyo. No sólo estuvo a
lo largo de toda su historia, sino que fue Él quien le
sostuvo en su Pasión y Muerte para adherirse a la voluntad
del Padre que, con este acto Redentor, quería salvar a todo
hombre del pecado y de la muerte.
Y en la Resurrección, el Espíritu Santo estaba
allí, en el sepulcro, dando vida eterna al Cuerpo muerto de
Jesús, ¡porque ÉI es “el dador de Vida”! ¡Y toda esta obra inaudita
del Amor de Dios, lo hizo la Trinidad
entera, pues dónde está el Padre, está el Hijo y está
también el Espíritu Santo!
¡Señor, sumérgenos en todo tu Misterio y que vivamos de ÉI y con Él! ¡Qué nada ni nadie nos pueda apartar de este Amor de Dios en la Trinidad! ¡Amén! ¡Amén!
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