Páginas

sábado, 1 de febrero de 2025

RINCÓN PARA ORAR. "JESÚS, FUE DE NIÑO CONSAGRADO AL SEÑOR". Sábado, 1 - Febrero - 2025

"Ventana abierta"

RINCÓN PARA ORAR

SOR MATILDE

JESÚS, FUE DE NIÑO CONSAGRADO AL SEÑOR

22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor,

23 como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor

24 y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

25 Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.

26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.

27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él,

28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

29 « Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;

30 porque han visto mis ojos tu salvación,

31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos,

32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»

33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.

34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -

35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»

36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido,

37 y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.

38 Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.

40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. (Lc. 2, 22-40)

En otras culturas, quizás pobres en bienes materiales y en promoción humana pero ricas en una gran tradición de fe y devoción a Dios y a los valores religiosos, cuando en una familia nacía un niño, los padres lo llevaban a la iglesia para que Dios lo bendijera y, a veces lo consagraban al Señor. Así nos cuenta lo que hizo Ana, la madre del profeta Samuel. Y Dios le tomó la palabra y lo dedicó a su servicio en el Templo. Y muchos sacerdotes y consagrados hoy día, también tienen en su origen la promesa a Dios de unos padres amantes de la voluntad divina. ¡Qué misterio éste de que Dios cuente con nosotros para realizar su salvación entre los hombres! 

En la tradición judía, esto estaba prescrito en la Ley de Moisés: “el niño tenía que ser consagrado al Señor”. Y, María y José cumplieron puntualmente, con el Niño Jesús, lo que Dios les mandaba. Esta obediencia, sobre todo para María, tuvo que ser algo inexplicable: ¿cómo el Hijo de Dios, el Santo de Dios, podía ser ofrecido a su Padre para consagrarlo a ÉI? ¿No era Jesús todo Santo? Estos son los saltos de gigante que María, la Madre de Jesús, tuvo que dar en su vida porque Dios no le ahorró la acogida silenciosa de Misterios que superaban su capacidad humana. Pero, en ésta su docilidad amorosa, estaba un acontecimiento que superaba con creces la manifestación de Dios en estos dos jóvenes elegidos por ÉI. Cuando entraron en el Templo, un anciano, Simeón, tomó el Niño Jesús en brazos y bendijo a Dios: antes de morir, el Señor mismo le reveló que vería al Salvador y le tendría entre sus brazos. Y es que Dios bendice la confianza en ÉI puesta a prueba por la paciencia. E iluminado por Dios, profetizó sobre el Niño y sobre su Madre. “José y María estaban admirados de lo que se decía de Él y Simeón los bendijo”.

Y, junto a Simeón se arremolinaron devotos judíos que escuchaban y alababan las maravillas de Dios en este Niño que era el Mesías tan esperado. Así Ana, una anciana profetisa, se unió al grupo y con Simeón hablaba del Niño a todos.

Este acontecimiento quedó oculto a los poderosos del mundo y también a la totalidad del pueblo judío. La Presentación de Jesús en el Templo es una de sus primeras manifestaciones divinas que Dios nos ha regalado a través de unos fieles judíos.

Nosotros somos también consagrados a Dios a través de nuestro bautismo porque, en nombre de la Trinidad, somos hijos de Dios en este pequeño Niño que es el verdadero Hijo de Dios. Nos ponemos a la disposición de Dios para que realice su obra predestinada sobre nosotros, pues no nos pertenecemos, porque para esta filiación Jesús ha pagado un precio altísimo: ¡la entrega de su propia Sangre! ¡Así pues, nuestra obra es glorificar a Dios con nuestro cuerpo y nuestra alma!

¡Señor, ayúdanos con tu Espíritu Santo a cumplir fielmente con nuestra altísima vocación recibida en el bautismo! ¡Qué así sea, Dios mío, fielmente! ¡Amén! ¡Amén!

No hay comentarios:

Publicar un comentario