"Ventana abierta"
EL MISTERIO DE LA INCREDULIDAD
José Luis Sicre Díaz
El domingo pasado nos recordaba el evangelio de
Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo.
Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con
su falta de fe.
Éxito en Cafarnaúm
Resulta interesante comparar lo ocurrido en
Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en
Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de
estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad.
Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y
milagros despiertan admiración y
confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc
1,21-34).
Fracaso en Nazaret
Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente
también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe,
sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los
milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra
que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer.
Al contrario, los lleva a la incredulidad.
Los milagros de Jesús han representado un
enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han
concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe
de los demonios» (Mc 3,22).
Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una
extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de
Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les
encuentran explicación y se escandalizan de él.
Jesús, motivo de escándalo
En griego, la palabra «escándalo» designa la
trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el
evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo
que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te
escandaliza… córtatelo, sácatelo»).
Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se
convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que
hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de
dónde viene», quién es su familia; cuando lo interpreta de forma puramente
humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista
de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús,
aunque lo consideran un profeta como otro cualquiera.
Asombro e impotencia de Jesús
A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo
de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su
asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa
de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no
pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su
incredulidad, no hizo allí muchos milagros».
Nazaret como símbolo
Los tres evangelios sinópticos conceden mucha
importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la
versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo).
Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a
Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al
profeta».
Recorrió después las aldeas del
contorno enseñando
Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le
lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel (1ª
lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de que en medio
de Israel se encuentra un profeta.
¿Nos parecemos a los de Nazaret?
Nuestra educación cristiana ha insistido mucho
en la caridad. Podríamos sintetizarla, y con razón, en las palabras: «Amaos los
unos a los otros como yo os he amado», o «Trata a los demás como tú quieres que
te traten. Esta es la síntesis de la Ley y los Profetas».
Pero los evangelios dan también
una importancia enorme a la fe en Jesús. No a la fe en Dios, común a todas las religiones monoteístas, sino a la
fe en Jesús. «Esto ha sido
escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo en él, tengáis la vida eterna», termina el cuarto evangelio.
El pasaje de hoy nos obliga a examinar nuestra
fe en Jesús. Pensar que lo sabemos todo sobre su vida, su persona, su época,
puede llevarnos a infravalorarlo, considerándolo un profeta más o un maestro
religioso. Pero en un profeta o un maestro no se cree, ni él puede darnos la
vida eterna. El evangelio de hoy nos anima a repetir la petición del padre del
niño epiléptico: «Creo, pero ayuda a mi
incredulidad».
Un remedio contra la soberbia y
el narcicismo (2ª lectura: 2 Cor 12,7-10).
Aunque sin relación con el evangelio, el texto
de Pablo enseña algo muy útil para todos. Él es consciente de haber recibido
unas revelaciones especiales de Dios. La más importante, después de la
conversión, que Jesús vino a salvarnos a todos, no solo a los judíos, y que el
evangelio debe proclamarse por igual a todas las personas, sin tener en cuenta
su raza, género o condición social. Una revelación totalmente revolucionaria.
Esto pudo provocar en él una
reacción de orgullo y soberbia. Para contrarrestarla, Dios «le clava
una espina en el cuerpo», que le humilla profundamente. No sabemos a qué se
refiere. Se ha pensado en su enfermedad de la vista, de la que habla en la
carta a los Gálatas, que coartaba su actividad misionera. Por lo que dice a
continuación, le humillaban las
propias flaquezas y las persecuciones, insultos y críticas procedentes de todas
partes. Sin olvidar sus arrebatos de ira, que le llevaron a pelearse con
Bernabé, su mejor amigo, al que tanto debía; o que le hacían escribir cosas
terribles contra los judíos, e incluso contra los cristianos que no compartían
sus puntos de vista, a los que llama «falsos hermanos». En cualquier caso,
avergonzado de su conducta, pide a Dios que le saque esa espina. Quiere ser
bueno y sentirse bueno. Sin fallo alguno. Narcisismo puro. Y Dios le responde:
«Te basta mi gracia, pues mi poder triunfa en la flaqueza».
A ninguno de nosotros nos faltan espinas en el
cuerpo y en el alma que nos gustaría arrancarnos; o, mejor, que Dios las
arrancara para dejarnos vivir tranquilos, satisfechos de nosotros mismos. Pero
nos dice como a Pablo: «Te basta mi gracia». Y nosotros debemos repetir como
él: «Me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las dificultades, de las
persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo».
De mi cosecha:
P. Leonardo
1. Yo creo en los milagros. Espero en muchas
ocasiones milagros. Me impaciento cuando no llegan rápidos y enteros. Pongo
mucha fe… y no acaban de arreglar mis necesidades (por lo menos, cuando yo
estoy seguro que llegarán y no llegan…)
2. Incluso me molesta, me escandalizo cuando no se
producen. Y aún peor. Cuando veo gente que suplica, pide, llora, insiste…
y no llegan.
3. Señor, cuando no haces los milagros que pido o
pide la gente, veo que eso es fuente de ateos, de indiferentes o “pasotas”…
4. Y eso es lo que pasaba a tus
paisanos…sencillos, humildes, llenos de esperanza. “Si los has hecho en
Cafarnaúm, por qué no aquí, entre los tuyos… (algún privilegio tendremos los
creyentes, digo yo…)
5. Pero Jesús era demasiado vulgar entre los
suyos, en su aldea, entre su familia, muy conocida… demasiado para creer en él.
Si al menos hiciera algún milagro extraordinario… pero no… la vida de Jesús fue
plenamente humana. Si hubieran visto a un todopoderoso, no se hubieran atrevido
a matarlo, a odiarlo, ni siquiera a ponerle trampas. Lo veían -los poderosos-
“los mundanos”, demasiado débil para aceptarlo y fiarse en Él
Pero en esa debilidad encontramos los creyentes
en Jesús, un autentico, camino, verdad y vida. Es decir, que en esa débil
humanidad, hallamos su divinidad. Esa divina humanidad no creía en el dinero, el
prestigio, la mundanidad… no cayó en las grandes y sutiles tentaciones
que nos envuelven a todos nosotros y a Él también.
Señor, yo creo que TÚ tienes palabras de VIDA
ETERNA. Natural, sencillo, lógico, humano… con ideas lúcidas… y hacía
portentosos cambios, conversiones espectaculares, llenaba el corazón de esperanza.
No quitaba los problemas, pero les metía fuerzas que saltaban hacia la vida
eterna.
Hubo -y hay – quien tiene en Ti, expectativas
que tú no colmas… Una idea que “pesqué por ahí: el milagro no es que Dios haga
lo que yo quiera, sino que yo haga lo que Él quiere.
No entra en mis cálculos, pero ASÍ es.
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