"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
CREO SEÑOR, Y SE POSTRÓ ANTE ÉL
1 Al pasar, vio Jesús a un hombre
ciego de nacimiento.
6 Dicho esto,
escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del
ciego
7
y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere
decir Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
8 Los vecinos
y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el
que se sentaba para mendigar?»
9 Unos decían: «Es él». «No,
decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él
decía: «Soy yo.»
14 Pero era
sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
15 Los fariseos
a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les
dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
16 Algunos fariseos
decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el
sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar
semejantes señales?» Y había disensión entre ellos.
17 Entonces le
dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los
ojos?» El respondió: «Que es un profeta.»
34 Ellos le
respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a
nosotros?» Y le echaron fuera.
35
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le
dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?»
36 El respondió: «¿Y
quién es, Señor, para que crea en él?»
37
Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.»
38 El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él. (Jn. 9, 1. 6-9.13-17.34-38)
Hoy Jesús,
cura a un ciego que pide limosna a la vera del camino. Esta era su
forma de ganarse la vida, porque los que pasaban ante él, quien
más, quien menos, siempre le daban algo. Jesús, no le
pregunta si quiere ser curado, sino que hace como los transeúntes, lo
miró y le dio lo que tenía: ni oro, ni plata, sino la
posibilidad de ver, lo que nunca pudo hacer, pues era ciego de
nacimiento. Como Médico Divino, le puso barro, con su
saliva en los ojos y le mandó ir a lavarse a la piscina de “El
Enviado”. El ciego, obedeció la voz de Jesús y quedó curado.
Este
milagro, se corrió entre las gentes, entre los sencillos y también
entre los fariseos que, querían “hurgar” el prodigio, no para
convencerse y convertirse ante la fuerza de los signos de
Jesús, sino que, por envidia, querían ver, de qué
forma podían acusarlo: “que no cumple la Ley, porque se salta el
sábado haciendo en este día lo que está prohibido: sanar y tener misericordia y
compasión de un enfermo condenado a la mendicidad.
Y
el ciego, va y viene entre los comentarios de unos y otros. El, lleva
sobre sí la salud y ante la alegría de la evidencia, da testimonio
de que el que le curó, es un Profeta que, sólo puede
hacer el bien. Su confesión, le lleva a que los fariseos le insulten y
le expulsen de la sinagoga, de la comunidad. Jesús, oyó
esto, y se hizo el encontradizo con el ciego. Le pide un acto de fe en
su Persona. Y este hombre sencillo, asiente y se
postra ante Él. ¿Qué le importaba el ciego lo que le hacen los
hombres, cuando el Hijo del Hombre, de parte de Dios, le
ha devuelto la vista? La grandeza del hecho, le hace
adherirse a Jesús y seguro que, a partir de ahora, le seguía para beber
todas sus enseñanzas.
La
actitud de este hombre, nos hace reflexionar, porque a nosotros sí
que el Señor nos ha dado la vista de la fe. No lo merecimos ni lo
pedimos, como este ciego, pero Jesús que, conocía nuestra
miseria, se compadeció de nosotros. ¿O es que no vemos ahora a
nuestro alrededor tantos hombres y mujeres que, no creen y algunos lo
desean con ardor? Dice: “¡quiero creer y
no puedo!”? Pero nosotros vemos, porque Jesús nos
ha devuelto en el bautismo, la gracia perdida por el pecado
original. Y, ahora soy hijo de Dios y hermano suyo, y como el
ciego, quiero llegar a donde llegó él, ¡y eso que no tenía la
plenitud de la Revelación!
“¡Jesús,
quiero postrarme ante Ti y adorarte, es lo propio de un
cristiano que, ha creído que Tú eres el Hijo de Dios y
que, con tu Encarnación Pasión y Muerte en Cruz, nos
has regalado la Resurrección y el sentarnos contigo a la derecha
del Padre, en los Cielos!” “Todas estas gracias inmensas
que, en mi condición humana, no puedo valorar justamente, cuando
entre a tu presencia, en la Bienaventuranza, entonces, podré agradecerte
todo tu Amor por mí y, además, eternamente. Te daré gracias y
alabaré tu santidad y tu gloria”
“¡Jesús, todo
esto nos lo has revelado y por la fe, ya ahora, lo gozamos
en un “ya pero todavía no”, que no deja de producirnos gozo y
alegría, por la esperanza que, también es Don!”
¡Señor, que
veamos todas tus gracias, como un regalo inmerecido y vivamos en
continua acción de Gracias! ¡Amén! ¡Amén!
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