"Ventana abierta"
La leyenda del diente de león y
el ángel que buscaba una flor
La mente es maravillosa
La leyenda del diente de león apareció recogida por primera vez en 1918 en el libro La hora de los niños.
Se trata de un conjunto de fábulas que se publicaban de forma semanal en muchos
periódicos desde 1908. Más tarde, y debido al éxito, terminó convirtiéndose en
un volumen de cuentos y leyendas que tuvo bastante éxito en el mundo infantil y
juvenil.
El título, La hora de los niños, se
inspiraba en un poema de Henry Wadsworth Longfellow. En aquellos versos
explicaba que ese instante en que el día se encuentra con el atardecer, es el
momento perfecto para inventar, para dejar paso a la fantasía, los juegos y la
imaginación. Ese espacio de tiempo está hecho para la infancia y, es en dicho
contexto, donde surgió la leyenda de esta flor tan especial.
Los ángeles de la naturaleza
eligen su elemento favorito
Cuenta la fábula
que los ángeles de la
naturaleza se reunieron un día para que cada uno decidiera qué elemento era al
que querían representar. En ese universo de los bosques, las praderas y
las montañas, cada cual debía revelar cuál era su ser favorito y por qué.
Muchos tenían ya clara su respuesta. Algunos eligieron los ríos, los lagos o
los arroyos.
Muchos optaron por elegir algún
tipo de árbol: álamos, chopos, encinas, olmos, pinos... Abundaban los ángeles de las rocas, los
que designaron como su elemento favorito a la obsidiana, el cuarzo, la diorita,
la milonita, etc. Así, y como era de esperar, muchos de estos seres mágicos
eligieron innumerables flores para ser sus protectoras, representarlas y
cuidarlas.
Sin embargo, entre toda esa
congregación de ángeles de la naturaleza hubo uno que era conocido por su
indecisión. No
sabía qué elemento elegir y, aunque tenía claro que su predilección eran las
flores, no sabía por cuál optar. Así que decidió hablar con todas ellas…
De entre todo el reino de
las flores, el diente de león es la más humilde y sencilla, según la leyenda.
El ángel que hablaba con las flores y quedó cautivado por una
La leyenda del diente de león
nos revela que en el reino de las flores la mayoría de ellas son petulantes. Todas excepto una. Nuestro ángel
indeciso estuvo casi una semana dialogando con cada una. El tulipán, por
ejemplo, le contó que su deseo era vivir en los jardines de los castillos para
que príncipes y princesas admiraran su belleza.
Cuando habló con las rosas obtuvo un
comentario semejante, se enorgullecían de su fragancia y ansiaban estar en las
tierras más refinadas para conquistar con su fragancia a las personas más
selectas. Azucenas, dalias, peonias, hortensias y lirios… La mayoría de las flores
resultaron ser egoístas y engreídas; ninguna lograba cautivar al ángel de la
naturaleza.
Hasta que, en un momento dado,
sentado en una roca, descubrió
una flor amarilla discreta, sencilla, pero de tono optimista. Cuando empezó a hablar con ella
descubrió a una criatura sencilla que no deseaba vivir en otro lugar más que
donde el viento la llevara. Amaba la tierra, el cielo, la lluvia y cada
elemento de la naturaleza. No pedía más…
Todos aprendemos desde
niños que, cuando se sopla un diente de león, hay que pedir un deseo.
El diente de león, la flor que cumple los deseos de los niños
El ángel no dudó en reunirse
junto a sus compañeros para anunciar su elección: el diente de león. Cabe
señalar que el resto de compañeros no entendieron por qué había elegido una
flor tan discreta, sencilla y vulgar. Él no dudó en defenderla. El proceso de
transformación del diente de león simboliza el sol, la luna y las estrellas.
Esta planta fascinante nace
siendo una bola de fibras amarillas, muy semejante al astro que nos da la vida. Más tarde, adquiere una forma redonda,
esponjosa y de color plateado, como la Luna en las noches de verano.
Seguidamente, para esparcir sus semillas, se separa y recorre grandes
distancias, como pequeñísimas estrellas fugaces llevadas por el viento.
Todos quedaron cautivados por ese razonamiento. Y tal fue el cariño que el ángel desarrolló por su querida flor, que le otorgó un poder, una facultad muy especial. Cada vez que los niños soplaran sus semillas, uno de sus deseos se haría realidad. Desde entonces, tal y como cuenta la leyenda del diente de león, todos crecemos soplando a esta planta esperando que nuestros sueños se cumplan.
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