"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
ALABAMOS A DIOS Y LE PEDIMOS ORANDO
7 « Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá.
8 Porque todo el que pide recibe;
el que busca, halla; y al llama, se le abrirá.
9 ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al
hijo que le pide pan le dé una piedra;
10 o si le pide un pez, le dé una culebra?
11 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! (Mt. 7, 7-11)
Jesús, nos está hablando de realidades que están en
el cielo y en el cielo de nuestra tierra. Porque aquí, cuando uno
pide a un extraño un trozo de pan, recibirá, no un pan de
amor, sino un rechazo o quizás la
indiferencia; Y cuando busca entre sus amigos y
conocidos, colmar su necesidad, no la encuentra en ellos
porque están entretenidos en sus cosas; O cuando llamamos a la puerta
de la compasión del hermano, muchas, muchas veces, no se nos abre y
quedamos desencantados. Y la razón de esto, la da
Jesús: “vosotros sois malos”, “porque
toda bondad y amor, viene de arriba, del Padre de
las Luces”.
¡Pero qué distinto es si el que me pide, me llama o me
busca, es mi hijo, uno al que he dado la vida y ha
salido de mis entrañas! Entonces, aun no siendo yo bueno, le concedo, ¡y con creces!, todo aquello que me está
reclamando. He aquí que, la paternidad, me hace ser bueno, aunque no
siempre sea así.
Pero, en Dios, las cosas son muy
diferentes, aunque Jesús nos ha puesto el ejemplo de la bondad de un padre
para con su hijo. Dios, es el Padre de Nuestro Señor
Jesucristo y nosotros somos “hijos de Dios” en el Hijo. Él, nos
ha conferido esta gracia y privilegio, por puro don de su
liberalidad, “para gloria de Dios- Padre”.
Jesús, es Hijo en el verdadero sentido de la
palabra, porque es engendrado por el Padre desde toda la eternidad. Es
decir que, Jesús, es el Hijo de
Dios, eternamente. Y todo esto, lo sabemos porque
Jesús, el Hijo, nos lo ha revelado. Por mucho que pensáramos o
imagináramos nunca podríamos haber llegado a saber estos Misterios que son
eternos: ¿Quién conoció la mente del Señor? o ¿Quién fue su consejero? O
¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Porque
de Él, por Él y para Él, son todas las
cosas. A Él, la gloria eternamente” (Rom. 11, 34-36).
Pues esta filiación, como hijos adoptivos, nos hace
gritar: “¡Abba, Padre!”, por el poder de su Espíritu Santo en
nosotros. Y siendo esto así, ¿cómo no nos va a dar todo lo
que le pidamos en el Nombre de Jesús? Y lo más grande que
podemos pedir, es el Espíritu Santo, según dice San Lucas en su pasaje
paralelo, con éste de San Mateo. Pedir el Espíritu Santo, es
pedir el Amor personal de Dios. Es el Don mesiánico
que, Jesús, nos ha regalado con su Resurrección.
Pues, cuando expiró su vida en la tierra, dice el
Evangelio: “Y entregó el Espíritu”. Y en la última aparición de
Jesús después de resucitar, les mandó que esperaran “la promesa
del Padre”, el Espíritu de la Verdad que, procede del Padre y
del Hijo. “Porque, nosotros, no sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el Espíritu Santo intercede por nosotros, con gemidos
inefables”, para que nuestra vida esté, ya en la tierra, inmersa
en la voluntad de Dios y en su designio de amor hacia nosotros.
¡Pidamos, pidamos con absoluta confianza y amor en nuestras peticiones que, si éstas están envueltas en el Espíritu Santo, son según Dios! ¡Amén! ¡Amén!
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