"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SEXTO DOMINGO DEL T.O. (c)
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos,
les dijo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”…
El evangelio de hoy nos presenta la versión de
Lucas de las Bienaventuranzas (6,17.20-26).
Lucas nos presenta solo cuatro Bienaventuranzas, a diferencia de la versión de
Mateo (5,1-11), que tiene ocho, y es la más conocida. Lucas le añade a su
relato cuatro “ayes”, o “malaventuranzas”, en contrapunto con las cuatro
Bienaventuranzas, enfatizando de ese modo el contraste entre la “vieja Ley” y
la “nueva Ley” que Jesús nos propone, entre la Antigua Alianza y la Nueva
Alianza, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento; signo inequívoco de
que los tiempos mesiánicos han llegado.
La Antigua Ley, basada en el decálogo, contenía
unas prescripciones de conducta específicas, cuyo cumplimiento en cierto modo
aseguraba la felicidad y prosperidad en este mundo. La pobreza, la enfermedad,
la esterilidad, eran consideradas producto del pecado. Si bien Jesús aseguró
que no había venido a abolir la ley y los profetas (Mt 5,17), no es menos
cierto que con las Bienaventuranzas los viró “patas arriba”. A eso se refería
cuando dijo en ese mismo pasaje que había venido a darle plenitud (Cfr. Rom 13,8.10).
La fórmula que Jesús nos propone es bien
sencilla: interpretar la ley desde la óptica del Amor. “Pues la ley entera se
resume en una sola frase: Amarás al prójimo como a ti mismo” (Gal 5,14). Esto
nos permite ver el mundo a través de los ojos de Jesús. Antes cumplíamos con la
Ley por temor al castigo. Ahora lo hacemos por amor, o más aún, cuando amamos
como Jesús nos ama (Cfr.
Jn 13,34) cumplimos con la Ley. Como nos dice san Juan de la Cruz: “Al
atardecer de la vida, seremos examinados en el amor”.
Con las Bienaventuranzas Jesús le da contenido,
le da vida a los diez mandamientos. Ya no se trata de una serie de normas
escritas en piedra, ahora se trata de una ley escrita en nuestros corazones.
Esto nos evoca la profecía de Ezequiel: “quitaré de su carne el corazón de
piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11,19b). O como dice el profeta
Jeremías: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones”
(31,33).
Si leemos las Bienaventuranzas conjuntamente
con los ayes que le siguen, Jesús nos está diciendo que a los que ahora “les va
bien” y por eso creen merecerlo todo, les será más difícil alcanzar la
felicidad eterna, mientras a los débiles, los pobres, los marginados, los
perseguidos por causa de Él, serán saciados, reirán, serán recompensados. Y
como hemos dicho en ocasiones anteriores, la verdadera “pobreza” evangélica no
implica necesariamente estar desposeído; lo que implica es el desapego a los
bienes materiales. Se trata de poner a Dios y el amor al prójimo por encima de
todos los bienes materiales. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Hoy pidámosle al Señor que nos permita vivir a
plenitud el espíritu de las Bienaventuranzas, para que seamos acreedores a su
promesa de Vida Eterna.
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