"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DEL TIEMPO DE NAVIDAD
La Liturgia continúa
llevándonos de la mano a través del tiempo de Navidad, que culmina el próximo
domingo, con la Fiesta del Bautismo del Señor.
La lectura evangélica (Jn 1,35-42), de hoy nos presenta la vocación de los
primeros discípulos. En el caso de estos, el llamado no comienza directamente
de boca de Jesús. Muchas veces Jesús se vale de personas para llamarnos; por
eso tenemos que estar atentos a la voz de nuestros hermanos. En este caso se
valió de Juan el Bautista, quien les señala la persona de Jesús y les dice:
“Éste es el Cordero de Dios”. Tal fue la impresión que causó la presencia de
Jesús en estos discípulos, que nos cuenta la escritura que: “los dos discípulos
oyeron (las) palabras (de Juan) y siguieron a Jesús”. Cada vez que leo la
vocación de cada uno de los discípulos de Jesús trato de imaginarme su mirada
penetrante, su carisma, su magnetismo, imposible de resistir. Un encuentro que
provoca un seguimiento…
Seguimiento que a su vez provoca las primeras palabras de Jesús en las
Sagradas Escrituras: “¿Qué buscáis?”. Pudo haberles preguntado sus nombres,
hacia dónde se dirigían, por qué le seguían… No olvidemos que Jesús es Dios,
que conoce nuestros pensamientos. Él sabía lo que buscaban. Tan solo quería una
confirmación; no para Él, sino para ellos mismos. Eso me hace preguntarme
a mí mismo: ¿Busco yo seguir a Jesús? Si Jesús me preguntara: “Y tú, ¿qué
buscas?” ¿Qué le contestaría?
Los discípulos le contestaron con otra pregunta: “Rabí (que significa
Maestro), ¿dónde vives?” Pregunta que implica un deseo de seguirlo, conocerlo
mejor, permanecer con Él. Es ahí que se produce el llamado (vocación) de labios de Jesús:
“Venid y lo veréis”. Nos dice el Evangelio que entonces los discípulos “fueron,
vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”. Tal fue la impresión que
esa experiencia causó en el evangelista, que hasta recuerda la hora: “serían
las cuatro de la tarde”.
Me pregunto sobre qué les habrá hablado Jesús durante esa tarde. Se me ocurren dos temas obligados: el Reino (Lc 4,43) y el Amor (Mc 12,28-31). Siempre pienso en la mirada de Jesús, y trato de imaginarla…, y se me eriza la piel… Lo cierto es que tan impresionados quedaron los discípulos con la experiencia de Jesús, que tan pronto salieron, uno de ellos, Andrés, encontró a su hermano Simón y no pudo contenerse. Antes de saludarle, como impulsado por un celo inexplicable exclama: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”.
Esa es la conducta de todo el que ha tenido un encuentro personal con
Cristo. Hemos sido arropados por su Amor, y ese amor nos obliga a compartirlo,
a proclamarlo, a anunciarlo a todos. ¿Siento yo ese deseo incontrolable de
compartir mi experiencia de Jesús con todo el que se cruza en mi camino? Si no
lo siento, tengo que preguntarme: ¿He tenido real y verdaderamente un encuentro
con Jesús? ¿Me he abierto a su Amor incondicional?
Hace apenas unos días celebrábamos el nacimiento del Niño Dios. La próxima pregunta obligada es: ¿Le he permitido “nacer” en mi corazón?
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