"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?”;
“¿qué salisteis a ver?”; “¿qué salisteis a ver?”.
Nietzsche dijo que sólo iba a creer en un Dios que
pudiese bailar. Bailar es un signo de alegría, de gozo, de júbilo. El rey David
“danzaba y giraba con todas sus fuerzas ante Yahvé, ceñido de un efod de lino
(El efod o ephod es un vestido sacerdotal usado por los
judíos; una de las vestiduras sacerdotales del Antiguo Testamento).” (2 Sam
6,14). El pasado domingo celebramos el “Domingo Gaudete (alégrate)”, una invitación a alegrarnos,
porque el Señor viene.
Y en la primera lectura de hoy (Is 54,1-10),
tomada del “segundo Isaías, o libro de
la consolación, el profeta invita a su pueblo a hacer lo propio ante la promesa
de Yahvé de que regresarían a su tierra y Jerusalén sería restaurada: “Exulta,
estéril, que no dabas a luz; rompe a cantar, alégrate”… Hay que gritar de
júbilo, porque el Señor “cambió el luto en danzas” (Sal 29).
Estamos a escasos ocho (8) días de la
Nochebuena, esa noche mágica en que nace nuestro Señor y Salvador; el Señor que
era, que es, y que será; ese Señor que está vivo, que es la Vida, que nos da la
Vida; que viene constantemente a nosotros, pero cuya venida celebramos
especialmente en la Navidad. Y por eso nos regocijamos, y cantamos, y bailamos,
y sentimos ese “cosquilleo”, ese “no-sé-qué” en todo nuestro ser.
Como hemos dicho en ocasiones anteriores, el
Adviento tiene también una dimensión escatológica, del final de los tiempos, que nos invita a
esperar con alegría esa segunda venida de Jesús, cuando regrese a cerrar la
historia para que podamos disfrutar de su presencia por toda la eternidad (Ap
22,4-5).
Los evangelios, por su parte, nos muestran a un
Jesús alegre, que disfruta la compañía de sus amigos en las fiestas (Jn 2,1-12;
12,2). Por eso nuestra Iglesia es alegre; alegría que solo puede venir del
Amor; de sabernos amados incondicionalmente por un Padre siempre dispuesto a
perdonarnos (cfr. Lc 15,11-32) que
celebra una fiesta cuando nos tornamos a Él.
En la lectura evangélica de hoy (Lc 7,24-30),
continuación de la de ayer, Jesús nos pregunta tres veces: “¿Qué salisteis a
contemplar en el desierto?”; “¿qué salisteis a ver?”; “¿qué salisteis a ver?”.
Tal parece que estuviera preguntándonos cómo estamos viviendo nuestro Adviento.
¿Qué salimos a ver? ¿Las luces de colores? ¿Los arbolitos de navidad? ¿Los
pesebres? ¿Las decoraciones navideñas de casas y comercios? ¿En serio creemos
que vamos a encontrar allí a Jesús?…
Si salimos a ver esas cosas no vamos a
encontrar a Jesús, al igual que aquellos que salieron a ver un hombre “vestido
con ropas finas”, y lo único que vieron fue un hombre vestido con piel de
camello (Juan el Bautista) y por eso no lo reconocieron.
Para encontrar a Jesús tenemos que liberarnos
de las luces de colores, del consumismo que caracteriza la Navidad, y salir al
encuentro de los pobres y humildes. Solo allí encontraremos ese Amor que llena
nuestro corazón de regocijo, que nos hace exultar y alegrarnos. Entonces
podremos decir (dar testimonio) a todo el que se cruce en nuestro camino lo que
Andrés le dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41).
¡De eso se trata el Adviento; de eso se trata
la Navidad!
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