"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIGÉSIMO TERCER DOMINGO
DEL T.O. – (CICLO B)
Luego invoca al Padre y dice: Effetá, que quiere decir “Ábrete”. Al momento se le
abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
El relato evangélico que contemplamos en la
liturgia para hoy (Mc 7,31-37) nos presenta el episodio de la curación del
sordomudo. Estando en territorio pagano (en las fronteras del Líbano), le traen
“un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las
manos”. Jesús, apartándolo a un lado, le introduce los dedos en los oídos y le
toca la lengua con saliva. Luego invoca al Padre (“mirando al cielo”) y
dice: Effetá, que quiere decir
“Ábrete”. Nos dice la escritura que “al momento se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad”.
Vemos en este episodio el cumplimiento de la
profecía de Isaías contenida en la primera lectura de hoy (Is 35,4,7a), cuando
anunciaba al pueblo exiliado en Babilonia que “los oídos del sordo se
abrirán”,… y “la lengua del mudo cantará”. Este milagro es un signo inequívoco
de que la salvación ha llegado en la persona de Jesús. Los presentes parecen
reconocerlo cuando “en el colmo del asombro decían: ‘Todo lo ha hecho bien;
hace oír a los sordos y hablar a los mudos’.” El hecho de que el milagro se
realice en territorio pagano, apunta a la universalidad de esa salvación.
Al milagro le sigue la petición de Jesús de
guardar silencio sobre el mismo (el llamado “secreto mesiánico”, típico del
evangelio según san Marcos), y la proclamación del mismo por todos los
presentes. Esta es la reacción típica de todo el que ha vivido la experiencia
de Jesús; no puede evitarlo, tiene que compartir su experiencia, proclamarlo a
todos.
En el rito del bautismo hay un momento que se
llama precisamente Effetá, en el cual el ministro traza la señal de la cruz sobre los oídos y boca del
bautizando mientras pronuncia la misma palabra aramea que le dijo Jesús al
“sordomudo” del Evangelio de hoy. Esto, para que sus oídos se abran para
escuchar la Palabra de Dios y su boca se abra para proclamarla.
Antes a estas personas se les llamaba “sordomudos”,
pero ahora se les llama “sordos”, pues se reconoce que su condición es un
problema de audición. No hablan bien porque no pueden escuchar; viven aislados
en un mundo de silencio.
Eso mismo nos pasa a nosotros cuando nos
cerramos a la Palabra de Dios. Pero si nos tornamos hacia Él y permitimos que
su Palabra sanadora penetre en nuestras almas, aún dentro de la sordera
espiritual que hemos vivido, podremos escuchar ese Effetá potente y sonoro que nos librará de las
cadenas del silencio espiritual; y esa Palabra sanadora hará brotar agua en el
desierto de nuestras vidas, y esa agua brotará de nosotros como un torrente (Is
35,7). Entonces viviremos el Effetá que Jesús pronunció a través del ministro el día de nuestro bautismo, y
proclamaremos a todos esa Palabra sanadora que hemos recibido.
Hoy es el día del Señor. Acude a Él y déjate
penetrar por su Palabra sanadora. Entonces no podrás contenerte y saldrás a
proclamar a todos que Jesucristo es el Señor…
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