"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
BRILLE ASÍ VUESTRA LUZ ANTE LOS HOMBRES
13 « Vosotros sois la sal de la tierra. Mas
si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que
para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
14 « Vosotros sois la luz
del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
15 Ni tampoco se enciende
una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que
alumbre a todos los que están en la casa.
16 Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos. (Mt. 5, 13-16)
Una vez que estamos unidos a Cristo, que le amamos como
nuestro único Señor y fuente de todo nuestro bien, nuestro ser, cuerpo y alma,
está contagiado de Dios: “el que se pega al Señor, se hace un Espíritu con
Él". De aquí que nosotros ya no seamos una individualidad aislada, sino
que seamos “Luz en el Señor” y nos comportemos como “hijos de la luz e hijos
del día”. Las tinieblas de nuestra naturaleza herida se han alejado ya del todo
y nosotros no podemos identificarnos, en nuestro caminar de la vida, con
ellas...
¡Qué gran Don es estar hermanados con la Luz, ser hijos
de la Luz, porque el que camina en la Luz, no tropieza y sabe discernir el bien
y el mal y adónde va, porque la Luz lo acompaña siempre!... Y Dios ¡no niega
este Don a nadie que se lo pida, en medio del claroscuro de su vida!: “¡Envíame
Señor tu luz y tu verdad, que ellas me guían y me conduzcan hasta tu monte
santo, hasta tu morada!”, que pedía el salmista, consciente de que, en su
oración de petición, había algo vital y, por tanto, muy importante...
Y el “brillar así, como con luz propia entre los
hombres”, no es sólo para dar testimonio de que “Dios es Luz sin tiniebla
alguna” y nosotros destellos divinos de este gran Foco de Amor, sino que
nuestra presencia de esta forma, si es verdadera, provocará en los que nos
miran “dar gloria a Dios Nuestro Padre, que está en el cielo”... Pues, ¿de
dónde viene todo bien, sino de lo alto, del Padre de las luces? Él, destella
todo lo que toca y queda iluminado... Se dice de muchos santos, comenzando por
Moisés, que su rostro brillaba como con luz propia y el que lo miraba quedaba
cegado, por ello este santo del Antiguo Testamento, tenía que echarse un velo
por la cara después de hablar con Dios: “como un amigo con su amigo, cara a
cara”... Y Jesús en el Monte Tabor, dejó ver algo de su Luz en todo su ser y en
su Rostro resplandeciente de blancura. Y los pobres discípulos cayeron de
bruces cegados por la Luz de la divinidad. ¡Y esto, tan solo son chispitas de
la gloria de Dios!... ¿Qué será verle cara a cara en el cielo, ya sin el velo
de nuestra humanidad, sino como cuerpos gloriosos resucitados?... Y Dios nos ha
dado esta altísima vocación: verle y estar con Él eternamente, para contemplar
su gloria...
Otra imagen nos pone Jesús en este Evangelio: “seamos
sal” que no pierda su poder de salar... Un cristiano ha de parecerse mucho a
Jesús que como sal poderosa inundaba su Palabra de sabor: unas veces, haciendo
“gratísimo” lo que salía de su boca; y otras, como mordiente para los que no
tenían fe en El o eran malevolentes, retorciendo sus Palabras: Él, siendo Dios,
los dejaba humillados y “escocidos” al verse descubiertos por la Verdad
misma...
¡Seamos sencillos de corazón y que nuestro hablar sea
siempre en su presencia, “si”, cuando es “sí”, y “no”, cuando es “no”, y siempre
“con su pizca de sal”, que haga apetitoso nuestro discurso, para que al oírnos
alaben a Dios que da estos dones a los hombres!... El principio, es la palabra;
El fin, la alabanza a Dios...
¡Que el Señor aleje de nosotros las palabras “insulsas” y nos dé hablar debidamente, como ha de hacer uno que es hijo de Dios!...
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