"Ventana abierta"
NOCHE 3
Doniazada dijo: "Hermana mía, suplico que
termines tu relato". Y Schehrazada contestó: "Con toda la generosidad
y simpatía de mi corazón". Y prosiguió después: He llegado a saber, oh rey
afortunado, que cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los
tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo:
"Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crimen, y
dejo en libertad al mercader".
Entonces el mercader, contentísimo, salió al
encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le
felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país. "Pero, añadió
Schehrazada, es más asombrosa la historia del pescador". Y el rey dijo a
Schehrazada: "¿Qué historia del pescador es esa?". Y Schehrazada
dijo:
HISTORIA DEL PESCADOR Y EL EFRIT,
INICIO
He llegado a saber, oh rey afortunado, que
había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con tres hijos y muy pobre.
Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día
entre los días a las doce de la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo
la cesta, echó la red, y estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces
juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el
cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar
maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse
entonces muy alegre, y acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al
verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la fuerza están en Alah, el
Altísimo y el Omnipotente!".
Luego dijo: "En verdad
que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos: ¡Oh
buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición!
¡Abandona esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento! Sacó
la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió
de nuevo. Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de
Alah!". Y arrojó la red de nuevo, aguardando que llegara al fondo.
Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que estaba más
adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra
vez al agua, la sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y
encontró una tinaja enorme, llena de arena y de barro. Al verla se lamentó
mucho y recitó estos versos: ¡Cesad,
vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres! ¡Qué tristeza! ¡Sobre
la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo realizado
por alcanzarla! ¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la
fortuna, y me enteran de que la fortuna hace mucho tiempo que murió! ¿Es así,
!oh fortuna! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios
gobiernen el mundo?
Luego, arrojando la
tinaja lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la
red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y
vidrios. Al ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta: ¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento
de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que ni tu pluma de caña ni las líneas
armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás? Y alzando la frente al cielo, exclamó:
"Alah, tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces por día, y ya
van tres". Invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando
que tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco
conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba más en las rocas del fondo.
Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!". Se
desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la
desprendió y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre
dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el
sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud (Salomón, hijo de David, considerado
el Señor de los efrits).
El pescador se puso muy alegre al verlo, y se
dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco (bazar) de los caldereros,
porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero
hallándolo muy pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio;
meteré en el saco lo que contenga y luego lo venderé en el zoco de los
caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el
plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el
contenido en el suelo. Pero nada salió del vaso, aparte de una humareda que
subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de la tierra. Y
el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo,
comenzó a condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya
frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La cabeza
del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus piernas eran
mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza;
sus ojos, dos antorchas, y su cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a
este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblándole las carnes,
encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.
Cuando vio al pescador, el efrit dijo:
"¡No hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!". Y
dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "oh tú, gran
Soleimán, profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me
rebelaré contra tus mandatos". Entonces exclamó el pescador: "oh
gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán (Salomón) es el
profeta de Alah. Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos
al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo
de que estuvieras en este jarrón?".
Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios
que Alah. Pero permite, oh pescador, que te anuncie una buena noticia". Y
el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?". Y contestó el efrit:
"Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible". Y
replicó el pescador: "oh jefe de los efrits, mereces por esa noticia que
el cielo te retire su ayuda. ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero, ¿por qué
deseas mi muerte?, ¿qué hice para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he
salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra".
Entonces el efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que
prefieras; morirás del modo que gustes". Y el pescador dijo: "¿Cuál
es mi crimen para merecer tal castigo?". Y respondió el efrit: "Oye
mi historia, pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu
relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo por el
pie".
Y dijo el efrit: Sabe que yo soy un efrit
rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-Genni.
Y Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a
pesar de mi resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel
momento se puso bien humilde.
Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me
mandó que abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me
negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con
plomo, imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles
que me llevaran en hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años
en el fondo del agua, y decía de todo corazón: "Enriqueceré eternamente al
que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó.
Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la
tierra a quien me liberte". Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos
años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte". Y nadie
me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma:
"Ahora mataré a quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole
la clase de muerte que prefiera". Entonces tú, oh pescador, viniste a
librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".
El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "Por Alah, que la oportunidad es prodigiosa, y había de ser yo quien te libertase. ¡Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer". Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!". Y el pescador le contestó: "oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien. ¡A fe que no miente el proverbio!". Y recitó estos versos: ¿Quieres probar la amargura de las cosas? ! Sé bueno y servicial! ¡Los malvados desconocen la gratitud! ¡Pruébalo, si quieres, y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer! Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar".
Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más
que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una razón bien despierta.
Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia". Y
dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?". El efrit
contestó: "No lo dudes". Entonces dijo: "Por el nombre del
Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con
verdad a mi pregunta". Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo,
respondió muy conmovido: "Pregunta, que yo contestaré la verdad". Entonces
dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde
apenas cabe tu pie o tu mano?". El efrit dijo: "¿Dudas acaso de
ello?". El pescador respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás
mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él". En este momento
de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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