"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
O DE LA DIVINA MISERICORDIA
“¡Señor mío y Dios mío!”
Hoy celebramos el segundo domingo de Pascua,
también conocido como domingo de la Divina Misericordia.
La primera lectura (Hc 4,32-35) nos narra cómo
las primeras comunidades cristianas “daban testimonio de la resurrección del
Señor con mucho valor”, y cómo por ese gesto “Dios los miraba a todos con mucho
agrado”.
No olvidemos que hoy concluye la “Octava” de
Pascua y, por tanto, la celebración que comenzó el domingo de Pascua de
Resurrección y se prolongó hasta hoy. De ahí que la lectura evangélica (Jn
20,19-31) nos presenta las primeras dos apariciones de Jesús a sus discípulos.
La primera el mismo día de la Resurrección, encontrándose encerrados en la
estancia superior, por temor a las autoridades judías, luego de que Pedro y
Juan encontraran la tumba vacía. La segunda tiene lugar una semana después (un
día como hoy), pero esta vez los discípulos estaban fortalecidos por la
presencia del Resucitado. Ahora la controversia giraba en torno a la
incredulidad de Tomás.
Este pasaje, que es la conclusión del evangelio
según san Juan, es sumamente denso y lleno de símbolos. Nos limitaremos a dos,
comenzando con el segundo: la incredulidad de Tomás.
La pregunta obligada es: ¿Dónde estaba Tomás
cuando el Señor se apareció a los discípulos por primera vez? De seguro estaba
vagando, triste y desilusionado porque Jesús había muerto; había visto
esfumarse en una horas todas sus expectativas, sus sueños mesiánicos. Se había
separado del grupo. Por eso no tuvo la experiencia de Jesús resucitado; como
nos pasa a nosotros cuando nos alejamos de la Iglesia. Cuando regresó se negaba
a creer porque no lo había visto. Pero esta vez no se alejó, se mantuvo en
comunión con sus hermanos, se congregó, y entonces tuvo el encuentro con Jesús
resucitado. Igual nos pasa a nosotros cuando regresamos a la Iglesia y nos
congregamos para la celebración eucarística; los ojos de la fe nos permiten
tener un encuentro con Jesús resucitado. Por eso en el rito de la consagración
decimos, al igual que Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús concluye el pasaje diciendo: “Dichosos
los que crean sin haber visto”. Los discípulos tuvieron la dicha de ver a Jesús
resucitado. Nosotros por fe creemos que Él se hace presente con todo su cuerpo,
sangre, alma y divinidad, en las especies de pan y vino durante la celebración
eucarística; presencia tan real como lo fue la aparición a los discípulos en
aquél primer domingo de Resurrección. ¡Y por ello Jesús nos llama dichosos,
bienaventurados!
El otro aspecto que hay que resaltar es la
institución del Sacramento de la Reconciliación. Jesús conoce nuestra
naturaleza pecadora y no quiso dejarnos huérfanos: “exhaló su aliento sobre
ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’”.
Es el “Tribunal de la Divina Misericordia”, la manifestación más patente
de la Misericordia Divina; llamado así porque es el único Tribunal en el cual
uno, al declararse culpable, es absuelto.
Durante la Cuaresma y Semana Santa la Iglesia
nos hizo un llamado a reconciliarnos. Si no lo hiciste entonces, recuerda que HOY es el domingo de la Divina Misericordia. ¡Anda, declárate culpable;
te garantizo que saldrás absuelto!
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