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viernes, 25 de diciembre de 2020

Cuarta Semana de Adviento. Navidad. "El Hijo de Dios". Viernes, 25 - Diciembre - 2020

 "Ventana abierta"

Cuarta Semana de Adviento

El Hijo de Dios

La noche caía, la Noche Santa y un gran silencio reinaba sobre la Tierra. Era como si el mundo retuviese su aliento. Pero en el cielo, los ángeles elevaban su mirada hacia las esferas más altas, donde, en medio del círculo de los Querubines y serafines, se erguía el trono de Dios. Y he aquí lo que se había esperado por tanto tiempo, deseado tan ardientemente, se produjo: de pronto el círculo se abrió y el trono de dios se hizo visible para los moradores de los cielos. Del trono surgía alguien tan claro y luminoso, tan sereno y puro, que incluso el lenguaje de los ángeles no sabría describirlo. Miró con benevolencia la ronda de los ángeles que elevaban sus ojos hacia él y no cesaban de adorarlo.

Pero él se hizo a un lado, y la mirada grave y solemne de Dios Padre atravesó las esferas celestes. Delante de Él se abrió un camino luminoso que descendía cada vez más hasta llegar a la Tierra. Allí, los Ángeles no vieron más que un establo pobre, donde una mujer y hombre estaban sentados cerca de un pesebre, en compañía de un buey y un asno. El hombre dormía. Pero la mujer dirigía la mirada hacia al cielo, y cuando percibía el camino luminoso, elevó sus brazos. Entonces el ser de luz, el Hijo de Dios que había surgido del trono de Dios, comenzó a descender por él y a medida que bajaba y atravesaba los círculos de todos los ángeles, éstos entonaban un canto cada vez más grandioso.

Al pasar de un círculo a otro, el Hijo de Dios se transformaba sin cesar y primero se volvió semejante a los Serafines, los ángeles más elevados; después era como los Querubines, y fue dejando una tras otra todas las formas de gloria celestial como quien se quita un vestido. Pasó por el círculo de los Arcángeles, para volverse a encontrar en el de los Ángeles, y para dejarlos a ellos también. El pobre establo irradió claridad cuando el Ser de luz se aproximó a María y la cubrió con su sombra luminosa… y su luz se volvió a encontrar en los ojos del Niño. Que la madre de Dios tenía sobre sus rodillas.

Entonces el canto de los ángeles prorrumpió de nuevo en los cielos y la Tierra resonó con su alabanza: “Hoy os ha nacido el Salvador, Cristo, el Señor.”

Jamás desde esta noche, el círculo de los Querubines y de los Serafines se ha vuelto a cerrar. El camino luminoso vuelve a unir desde entonces y para siempre el Trono de Dios a la Tierra y cada año, Cristo desciende desde allí, desde su Padre hacia los hombres, para nacer entre ellos y llegar a ser semejante; y para plantar su luz en los corazones, a fin de que empiece a brillar en sus miradas, como ya brilló otrora en los ojos del Niño Jesús.

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