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miércoles, 4 de noviembre de 2020

Rincón para orar. RENUNCIAR A TODO PARA SER DISCÍPULO DE JESÚS. Miércoles, 4 - Noviembre - 2020

 "Ventana abierta"

Rincón para orar

Sor Matilde

RENUNCIAR A TODO PARA SER DISCÍPULO DE JESÚS


25 Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo:
26 « Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.
27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
28 « Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo:
30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar."
31 O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000?
32 Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
33 Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. (Lc. 14, 25-33)

Cuando uno desea seguir a Jesús, no puede llevar por delante, como “preciado equipaje”, a su padre y a su madre; a su hijo o a su hija; a sus hermanos o parientes. Cuando nos lanzamos “a lo más”, lo menos ha de ir detrás de mí, ¡y a veces, a gran distancia de mí!... No dice que lo que va detrás valga poco o no sirva de nada, sino que Jesús dice que si ambos amores entran en conflicto, sin pensarlo, he de preferir el seguimiento de Jesús a la adhesión “a la carne y a la sangre”…

Pero Jesús no para aquí: El sabe que el hombre mientras vive en esta tierra, va a ser, tarde o temprano, visitado por la cruz. Ella simboliza todas las dolencias del cuerpo o del alma… ¡Que son muchas!… Pues éstas tienen que ser abrazadas para poder ser discípulo de Jesús… Él, cuando se hizo hombre, las recibió todas por amor al Padre y a cada uno de nosotros. Como buen médico, Jesús, tomó ante nosotros la bebida amarga de la Cruz para quitar toda aprehensión a los que enfermos teníamos que “beber el cáliz hasta las heces”…

Nuestro Señor, si repasamos su vida, vivió todas las cruces imaginables: la pobreza, el destierro, la dureza del trabajo, ¡y esto treinta años!… La soledad, el desprecio, las agresiones a su cuerpo y las muy duras a su alma… Y después de ser triturado como harina, la ignominiosa “muerte en cruz”… ¿Es que puedo yo equiparar “mis cruces” a la de Jesús, que son aproximación a la real de Cristo?… Así que, cuando llegue la cruz, y no quiero renunciar a ser seguidor de Jesús, tomémosla y cerrando los ojos pongamos nuestras manos en las suyas para ser conducidos, con Él y como Él, por este camino ¡que siempre nos será inédito!… Pero junto a Él, confiado y seguro, porque es Él quien nos sostiene y consuela: “¡venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré!”…

Jesús nos advierte que esta tarea vital se parece al hombre que quiere construir una torre, mas previamente, se sienta para calcular si con lo que tiene podrá afrontar los gastos para terminarla; o el rey que presenta batalla a otro rey, y de nuevo se sienta para ver si podrá vencerle con los hombres con los que cuenta y con los que tiene el enemigo… En los dos casos, Jesús nos advierte que el asunto tiene sus raíces en la tierra, pero ha de llegar a tocar el cielo… El ser discípulo de Jesús “no es tanto del que quiere sino de quién Dios tiene misericordia”... Pero hay que pedir al Señor que nuestros buenos deseos lleguen a hacerse realidad, tocando el cielo…

Por esto, nuestros cálculos, por muy certeros que sean, son “cálculos humanos”: ¿Podré, no podré? Dios es quien mide nuestras fuerzas y capacidades y siempre nos pedirá algo que previamente ya nos ha dado: “¡Seguirle hasta el menosprecio de mí mismo!”… ¡Que no digo “desprecio”, sino apreciar como lo menos, y no como lo más!…

Pero bien vista la cosa, el que ha experimentado esta llamada: ¡¡Sígueme!! sabe que no es algo costoso, sino deleitable y en donde uno no puede sino decir a Jesús: “¡Ya voy Señor, te seguiré adonde quiera que vayas!”…
¡Dispongámonos siempre, con el deseo orante, a sucesivas llamadas de Jesús para dejarlo todo por amor a Él!…

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