Se acerca el final
del calor intenso y empiezan días en que el tiempo va refrescando; es un
alivio, un respiro que se agradece sobre todo en las grandes ciudades. Este
cambio meteorológico también marca el final de las vacaciones, unas vacaciones
que este año, marcado por una crisis sanitaria, económica y social, hemos
vivido de manera distinta a la habitual. Ante esta nueva etapa, hay gente que
se siente decaída con la nostalgia de que las vacaciones y el verano llegan a
su fin.
Existe una tendencia a aferrarnos a lo que ya tenemos, sean
objetos, rutinas, situaciones o experiencias. Lamentablemente, en la existencia
terrenal nada dura para siempre, ni siquiera la propia vida. Si aprendemos a
ver con mayor naturalidad el hecho de que todo tiene un principio y un final,
quizás conseguiremos disfrutar más de lo que nos rodea y no sentiremos tanta
añoranza cuando se termine. Se acerca el final del verano, pero también empieza
una nueva etapa llena de oportunidades.
Es sensato y emocionalmente sano saber poner punto final a
las cosas o a las etapas de la vida. Fantasear con la esperanza de la eternidad
terrenal puede ocasionarnos muchas decepciones. Lo único que realmente vivimos
es el aquí y el ahora, el momento presente. Sí, y el presente, curiosamente,
tiene nombre de regalo. Y lo es. La vida es el extraordinario regalo que nos da
Dios, un presente hecho con infinito amor para que podamos disfrutarlo. La
forma en que vivamos la vida es el regalo que le hacemos a Dios. Si sabemos
aprovecharla es un tesoro maravilloso.
Aceptemos la vida tal como es. Tiene un inicio, un final, una
despedida… Disfrutemos de cada etapa. ¡Qué bonito es hacer de cada día una
nueva historia! Es la magia de la página en blanco, es la ilusión del primer
día… Todo está por escribir. Una historia donde el amor es el principio de
todo, la razón de todo y el fin de todo. Una nueva oportunidad para vivir con
intensidad y aprovechar cada segundo para amar a los que nos rodean. Y, por
supuesto, también es una oportunidad para acercarnos más a Dios. Preguntémonos
si lo que estamos haciendo hoy nos lleva por el camino de la Verdad.
Escribamos nuestra propia historia. No importa que en el
libro de la vida haya capítulos tristes. Recordemos que Dios nos acompaña en
todo momento y nos espera al final con los brazos abiertos. Dios tiene nuestros
nombres grabados en su corazón y tatuados en las palmas de su mano (cf. Is 49,16).
Queridos hermanos y hermanas, caminamos hacia un final tan
grande que no podemos ni imaginarlo. El final de la historia de amor más
apasionada jamás contada. Un final en el que viviremos en un estado de
felicidad suprema y definitiva en torno a Jesús, a la Virgen, a los ángeles y a
los santos. Un final que será el principio de la vida eterna.
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
No hay comentarios:
Publicar un comentario